El recuento de años y lecturas no incide como factor conductista en mis averiguaciones e intereses. ¿Cómo olvidar a compañeros de mis intentos universitarios? No sólo los de antropología de la UAM-I como Juan Carlos y Roy, como Francisco y Alfredo, como el propio Patricio con quien compartimos llegar tarde la primera clase de antropología social con Ricardo Falomir Parker. Imposible olvidar a las compañeras como Patricia, Diana, Rocío, Yajaira. Otros colegas de ese momento como Robert y Osiris también vienen al recuerdo. Indiscutiblemente en las distintas disciplinas universitarias existen referentes divergentes respecto a España: ora hispanofobia, ora hispanofobia, ora catolicidad, ora monarquía, ora republicanismo, ora filosofía, ora economía, ora lo que muy bien recuerda Perry Anderson de que España fue sujeto histórico negado por el resto de las naciones europeas como ella negó a los pueblos americanos. Hay que matizar. Imposible comprender la diferencia entre la concepción desde la etnología de lo español, dese la historia, desde la literatura. Imposible identificar los trayectos mutilados de mis indagaciones sobre el arte o la cultura, de mis inquietudes primerizas sobre el lenguaje, la lingüística y el estructuralismo. Imposible olvidar a Alberto y al otro Roberto con quienes íbamos al Kluster. Por no hablar de amores y sitios, de Mérida y la Ciudad de México, de Teotihuacán, de aves y mi primera gran crisis vital. Por no hablar de Frida ni de Adriana ni de Andrea o Leslie, por no hablar de los pulques, los cigarros de mota junto al “Loco”, al Atlautlo, al “Artesano” y Arístides, pero sobre todo a mis compañeros xalapeños ya recordados en otro bibliocosmos: Body y Mateo, particularmente. Como olvidar a Ricardo y al “Marrano”, esos personajes de mi juventud temprana tan añorada por lo que no pudo ser.
España se cataloga moderna dese 1492, pero como dicen bien los hitos y las cronologías están repletas de lugares comunes. Ahora en México tenemos la celebración de la caída de Tenochtitlanes en 1521 y de la Independencia mexicana en 1821. Pero España es una otredad que representó más que los hallazgos continentales. Las pugnas europeas de esa modernidad temprana, de esa constitución de antiguo régimen, la crisis del siglo XVII, pero sobre todo el auge de la escolástica y del humanismo, representan claramente una fuerza interpretativa de los hechos. El criollismo se defiende en su momento de los privilegios españoles, surgimiento rotundo de la hispanofobia o germen de ella. Cuando en 1805 se originé la empresa del Diario de México por los criollos letrados, indudablemente el seguimiento ilustrado español, el neoclasicismo español, continuan. Y será entre 1836 cuando se expulse a los españoles de México y 1898 cuando la crisis imperial española y el expansionismo yanki, que existan co-relatos en los cuales la cultura mexicana permanezca española o hispanizada, como ese “México imaginario” del que nos habló Bonfil Batalla. Pero hay una doble determinación en lo hispano-mexicano, no exclusivamente para intentar definir las posturas “conservadoras” del siglo XIX o el radicalismo “liberal” anticlerical y pro anglo y francés. Esta semántica también me lleva al recuerdo de otros colegas y compañeros pero ahora de letras y de lingüística, en mi volver a Xalapa derrotado por la Ciudad de México. Hablo de ese poeta ya ahora más alejado de los mundillos académicos como Isven, hablo de Leobardo, hablo de Alejandro con su también crítica historia personal, habló el cuentista Marco, hablo de Citlalli, amiga aún vigente, hablo de Yanitza, de Dulce, de Mariela, de Maribel, pero también de German y de Jorge. ¿Cómo olvidar a mi colega Héctor cuando fuimos a La Habana a presentar trabajos académicos? ¿Cómo olividar el Congreso de estudiantes de literatura en Campeche donde estuvimos Leobardo y Yanitza, donde nos encontramos con la profesora ya jubilada Elizabeth Corral Peña? DE la manera en la que recordamos también olvidamos, omitimos, evadimos, dejamos al aire momentos y vivencias. Imposible olvidar a Daniela, ese amor tan fuerte y contundente, tan desquiciante como el frenesí de la carne. No todo puede ser recordado pero eso sí imposible omitir el grupo Tibiri Tamara de Mariana, Alana, Roger, Luis Miguel, ya todo un grupo de personas en muchos grados distantes, de muchas formas no frecuentados, pero eso sí, también, a las generaciones que precedieron mi ingreso a la Facultad de Letras Españolas: Roberto, Ángel, Melisa, Diego. ¿Cómo olvidar a Fidel y a Mayra, a Guadalupe, a Armando, a Luis David, a Ayulia? Todo recobra ese sentido de generaciones y tiempos perdidos, de extravíos en las lomas xiqueñas, de excesos y publicaciones, de fracasos literarios y desencuentros. Pero al final la evidencia remota se finca en la biblioteca materna y el psicoanálisis de Freud, de Jung, de Fromm, de Reich, es, a últimas, el desenfreno consciente, la neurosis sexual, la sexualización promiscua y abigarrada de otros años y otras vidas y otros tiempos, como dije, remotos ahora, finalizados, ausentes.
Y al final otras crisis, viajes latinoamericanos, más excesos, más miedo y pérdidas. Al final otra intentona universitaria en la Facultad de Historia. Otros amigos, otros presentes, otros tiempos. Carlos, siempre ahí, apoyando y dispuesto. Adilene fina, elegante, hermosa. Monserrat, Yuyultzin, Maribel y Marisol. Esa autodefinición como novato pichón, ese trabajar para mantener los estudios con un antropólogo, ese posterior trabajo con la profesora Elizabeth, ese tener una vida poco abultada en congresos, ese verano de investigación científica en la Ciudad de México, esa obsesión por estudiar a Ignacio de Luzán. Un estilo de se estudiante poco sociable, sin fiestas ni reuniones, aplicado en un tiempo de lecturas y trabajos, de aprendizajes y esfuerzos. También en ese blog de pornopoiesis que tuve y desarrollé, que mantuve y me dio grandes gratificaciones. Ese decidir borrar mis contenidos —cuando pude alcanzar los intercambios con estrellas porno y sitios de contenido para adultos— para decidir mi actividad principal: el trabajo intelectual y académico. Ese tiempo de tertulias de ópera en casa del Cervantes veracruzano, esos días de compendiar las obras de mi madre para publicarlas, ese tiempo de videos, de acercamientos y señales, como con Careli, herencia de mi estancia en letras, cuando hicimos ñoquis, ese volver a la carga en el estudio del siglo XVIII español y aprender de historia intelectual y cultural, del giro lingüístico, de la comprensión de los hechos pasados gracias a leer a March Bloch, de leer a Agnes Heller, de leer también filosofía, literatura, estética. Ese momento de conocimiento más cierto sobre neoclasicismo e ilustración, sobre la España imperial, sobre el decurso de las ideas y las ideologías monárquicas, la sustitución de los estilos literarios, sobre mi obsoleto esquema interpretativo desde los postulados habermasianos. Pero es ese tiempo de leer a Jovellanos, a Luzán, a Feijoo, a Saavedra y Fajardo, de intentar comprender qué es la historiografía. Ese momento formativo definitivo que me da ahora un marco de memoria, que me alienta por completo.
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