Las letras me entraron gracias a mi hermana Luisa, la actriz, productora, maestra. Cuando en 1998 presenté mi examen de cinta negra segundo dan, después de haber escrito una tesina sobre un proyecto de educación y vida desde el Tae Kwon Do, mi hermana me reconfortó frente a la ruptura con mi entonces maestro Santiago Escutia. Un poema de Ruben Darío en un pequeño papel fue suficiente para que yo me preguntará por las letras y la poesía. Cuando en el 2000 terminé mi relación de mi primer noviazgo serio con Marianita, me afané en escribir versos, algunos buenos y otros no, en un cuaderno. Leía pocas cosas, pero me adentré un poco en Neruda y su poesía. Quería ser antropólogo y leía a Paz, a Pozas, a Galeano, con recomendaciones de aquí y de allá, con intentos más o menos fructíferos de lectura. Pero no dejaba de escribir. Mi hermana me obsequió el libro de cuentos Tiene la noche un árbol y poco fue el efecto que tuvo para mí conocer la narrativa de Guadalupe Dueñas. En cambio fue estrepitoso leer a Lorenzo Turrent Rosas y sus obras reunidas por la Universidad Veracruzana. Otra huella de ese momento fue el libro Buzón de tiempo de Benedetti que al cabo de unos años regalé a un amor más platónico que real, Natalia. Leía sin orden, sin disciplina, sin mucha consciencia de lo que significa el conocimiento y lo que es dable leer y no. Pero es mi hermana Luisa a quien debo ciertas inclinaciones literarias, cierto afán por leer, cierto sendero de obras y autores recorridos. Ella, siempre varios pasos adelante que yo, es y ha sido una guía para mí de muchas maneras, en su fortaleza, en su capacidad creativa, en su desarrollo artístico y personal, en su hacer cotidiano. Pero que va de ese joven que redactaba versos en Coyoacán en el año 2000 a un joven que intenta ser historiador, o al menos estudiante de la disciplina histórica, en 2012. Un mundo de experiencias y frustraciones, un universo de cambios, lecturas, autores, obras. Mi obsesión entonces por Ignacio de Luzán se fue gradualmente convirtiendo en mi proyecto intelectual y de vida, mi orientación académica y cultural. ¿Cómo entender a un joven que se conflictúa disciplinariamente cuando estudia letras y se encuentra con La poética de Luzán en Xalapa? ¿Por qué motivos emprender un estudio del siglo XVIII? ¿Qué motivaciones indican el cambio entre la dimensión literaria y estética de la histórica y cultural? No fue simple el tránsito a un universo cultural español, menos aún del siglo XVIII. Deje otras obras pendientes, otras influencias, otras modalidades del pensamiento y la cultura. Seguí y aboné en la escuela simbólica de Cassirer, indague poco en los postulados de Habermas, en la filosofía de Sloterdijk, en la dimensión filosófica de discusiones ya superadas. Nunca he estado al día, por lo común voy varios pasos atrás del presente y termino llegando tarde a las ideas que se están discutiendo en los contextos que me interesan. Pero eso sí, le debo a mi hermana Luisa la intención de tener una biblioteca propia, con lecturas de psicoanálisis, economía, poesía, novelas, cuentos, ensayos, varios géneros historiográficos, teoría, entre otras cosas.
Las letras me entraron gracias a mi hermana Luisa, la actriz, productora, maestra. Cuando en 1998 presenté mi examen de cinta negra segundo dan, después de haber escrito una tesina sobre un proyecto de educación y vida desde el Tae Kwon Do, mi hermana me reconfortó frente a la ruptura con mi entonces maestro Santiago Escutia. Un poema de Ruben Darío en un pequeño papel fue suficiente para que yo me preguntará por las letras y la poesía. Cuando en el 2000 terminé mi relación de mi primer noviazgo serio con Marianita, me afané en escribir versos, algunos buenos y otros no, en un cuaderno. Leía pocas cosas, pero me adentré un poco en Neruda y su poesía. Quería ser antropólogo y leía a Paz, a Pozas, a Galeano, con recomendaciones de aquí y de allá, con intentos más o menos fructíferos de lectura. Pero no dejaba de escribir. Mi hermana me obsequió el libro de cuentos Tiene la noche un árbol y poco fue el efecto que tuvo para mí conocer la narrativa de Guadalupe Dueñas. En cambio fue estrepitoso leer a Lorenzo Turrent Rosas y sus obras reunidas por la Universidad Veracruzana. Otra huella de ese momento fue el libro Buzón de tiempo de Benedetti que al cabo de unos años regalé a un amor más platónico que real, Natalia. Leía sin orden, sin disciplina, sin mucha consciencia de lo que significa el conocimiento y lo que es dable leer y no. Pero es mi hermana Luisa a quien debo ciertas inclinaciones literarias, cierto afán por leer, cierto sendero de obras y autores recorridos. Ella, siempre varios pasos adelante que yo, es y ha sido una guía para mí de muchas maneras, en su fortaleza, en su capacidad creativa, en su desarrollo artístico y personal, en su hacer cotidiano. Pero que va de ese joven que redactaba versos en Coyoacán en el año 2000 a un joven que intenta ser historiador, o al menos estudiante de la disciplina histórica, en 2012. Un mundo de experiencias y frustraciones, un universo de cambios, lecturas, autores, obras. Mi obsesión entonces por Ignacio de Luzán se fue gradualmente convirtiendo en mi proyecto intelectual y de vida, mi orientación académica y cultural. ¿Cómo entender a un joven que se conflictúa disciplinariamente cuando estudia letras y se encuentra con La poética de Luzán en Xalapa? ¿Por qué motivos emprender un estudio del siglo XVIII? ¿Qué motivaciones indican el cambio entre la dimensión literaria y estética de la histórica y cultural? No fue simple el tránsito a un universo cultural español, menos aún del siglo XVIII. Deje otras obras pendientes, otras influencias, otras modalidades del pensamiento y la cultura. Seguí y aboné en la escuela simbólica de Cassirer, indague poco en los postulados de Habermas, en la filosofía de Sloterdijk, en la dimensión filosófica de discusiones ya superadas. Nunca he estado al día, por lo común voy varios pasos atrás del presente y termino llegando tarde a las ideas que se están discutiendo en los contextos que me interesan. Pero eso sí, le debo a mi hermana Luisa la intención de tener una biblioteca propia, con lecturas de psicoanálisis, economía, poesía, novelas, cuentos, ensayos, varios géneros historiográficos, teoría, entre otras cosas.
Con mi hermano tuve un desencuentro fuerte por motivo de mi envidia por su obra de teatro exitosa El rumor del incendio. La increpé porque a partir de la peor experiencia de la vida de mi mamá se hizo famosa, es decir, por el episodio guerrillero de nuestra madre, Luisa consolidó su producción teatral. Me sentí despojado de mi mamá, cuando en el fondo no se valoraba lo que sí hizo y no lo que significó su mayor frustración. Al tiempo logré publicar con la Universidad Veracruzana un compendio de las obras de mi mamá con sus trabajos inéditos sobre su obsesión de investigación, el empresario mexicano Manuel Escandón. Y aunque en la editorial de la UV ni si quiera me trataron como autor de la obra ni me dieron oportunidad de firmar un contrato sino que nos pidieron ceder los derechos del libro, cosa injusta para mi mamá y para mí también, al final el libro vió la luz. Sin duda no fue un trabajo lo suficientemente meritorio para que quedara en formato impreso, pero de cierta forma se hizo justicia a mi madre, tan vilipendiada, tan maltratada por la academia, tan menospreciada y utilizada por todo tipo de redes intelectuales y culturales. Y eso me dió otra cara frente al problema con mi hermana, que por ahí me denunció como ladrón de los ahorros de nuestro otro hermano Emiliano cuando era yo niño, en una publicación web. Al final ella es la buena de la historia, lo sabemos, yo el malo, porque no solo he tomado malas decisiones sino que he fomentado un perfil propio bastante dudoso. Al final mi hermana es una heroína para mí, por encima de rencillas y discordias pasadas, que en el presente no existen más o están matizadas. Gracias a Luisa he emprendido el camino de las letras, siempre atrás de las vanguardias, siempre lento, rezagado, fuera de los mundos culturales pioneros o más avanzados. No soy un innovador, ni lo seré. No soy lo suficientemente original, ni lo seré. No conozco la tradición escrita ni la conoceré. Soy un simple hombre que se pierde en libros, en autores, sin disciplina, que ha intentado justificar su existencia mediante una constante etapa formativa y de estudios, ahora de posgrado, para dar cuenta de algo que quizá ni siquiera sea relevante: la recepción mexicana y americana de los libros de Ignacio de Luzán o en los que participó. Eso simplemente puede ser un acto obsesivo por conocer las peculiaridades de algo absolutamente innecesario de conocer para las ciencias y culturas mexicanas. Pero bueno, no pierdo mi esperanza ni mi tenacidad para seguir adelante con este estudio. A mi hermana Luisa le debo adentrarme en la lectura de todo tipo y le doy gracias por sus recomendaciones, obsequios y libros, que de muchas formas me han definido. No hay duda de que soy un lector flojo, que no entiendo las modas ni los momentos, que no sé sacar partido del trabajal de autores, ideas, disciplinas a las que recurro para ensamblar mis estudios. Al final de cuentas soy un hombre más en el siglo XXI, entre la creación verbal y la academia escrita.
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