En el recorrer páginas sin método ni disciplina, sin asidero fiable, ni cronología cierta, sin consideración de lugar, espacio, tiempo, autor, obra, tema, me ubico en una entropía falta de sentido. Polivalente naufrago en años de pérdidas y lugares rotos, silencios y tiempos enquistados en hojas y páginas transitadas sin intensidad. Pero el significado quebradizo de conceptos y palabras, significados y semantemas, me orillan a indagar y postular ejercicios de memoria poco fiables. Me pierdo en horizontes que van volviéndose ramas de un árbol desquiciado por intentos poco fiables de lectura. Ahora en una exploración mucho muy definida por mi realización de un posgrado y con una ferviente carga de trabajo me endilgo fosilizado en un esclerosis de una temática contundente y estable. En ese intervalo voy acopiando igual hechos y momentos de otras idas y venidas por obras y autores, que me marcan de tiempos previos a esta vivencia de posgraduación. Porque en sí no he explotado las lindes de otra cosa que mis propios caminos y temas, mis propias intuiciones y deseos, mis propios agobios, fobias y una estilística ramplona y falaz, evidentemente falta de sentido comunicativo. Estética, historia, mentalidades, representaciones, conceptos, categorías, formas que van arrojando desquiciadamente aspectos de mi ignorancia y mi poca certidumbre en los conocimientos humanos. Una mutilada elaboración antropológica cultural, una equivocada mutilación lingüística y literaria, una incipiente construcción formativa historiográfica, elementos todos que me van conduciendo por la senda de elaboraciones poco convencionales, poco ciertas de gremios, de disciplinas, de formaciones socioprofesionales. Pasión por la poesía, por la filosofía, por la reflexión del tiempo, por la la historia, por la estética, por la cultura, ignorancia de los tiempos, de los autores, de las tradiciones, esa desfiguración propia y certera que he ido componiendo de estas elaboraciones en los espacios y tiempos.
Pero sin conciliación, sin contundencia, sin claridad, sin guía, sin norte, sin disciplina. Pleno en esta fatiga, en esta rotunda construcción de lugares comunes, de emblemas rotos en mi historiografía completamente desproporcionada, absolutamente neobarroca, completamente incomprensible, mustia, en la poltrona de la indefinición, los recovecos estériles de oximorones, antítesis, retruécanos, como pensar en contrariedades existenciales. No es la simpleza de esa máxima de Gracián, lo bueno si breve dos veces bueno, o la pulcritud de Borges, o la sencillez de la tradición que pueda remontarse a la simplicidad. No, es al revés, la exageración, la no comunicatividad, lo abarrotado, lo saturado, lo no indemne, lo archijuzgado, es decir, el metajuicio descomunal que arroba, recalcitra, espasma, el lenguaje y el discurso. Es, como no entender la pulcritud del idioma ni asumir en los atisbos de neologismos extravagantes otra cosa que una ingeniosa barbarie de atropellos mutilantes. Porque al final es nada menos que una evasión natural, desproporcionada, distorsionante, objetual y subjetivista, una complejidad innecesaria, un no diálogo, un no acto comunicativo, una no voz, no comunicación, un no entendimiento.
Y en cambio ¿cómo es que me endilgo en una empresa de estudio de un hombre que mantuvo en su grafolecto las condiciones enunciativas más claras posibles de su época al representar la crítica de lo que mi discurso representa, ese neobarroquismo, para ser un neoclasicista? Porque finalmente la disputa por lo oscuro y lo luminoso, la pugna eternizable luz/tinieblas (lux post tenebras) no replica de otra forma más que el ideal mismo de la claridad. Y en sí esta vacuidad oscurecida de mis oscilantes y marchitos intentos por transmitir mi literatofagia y mi literatocentrismo, esta centralidad que coloco en lo escrito, porque olvido todo lo que no escribo y porque no puedo recordar lo oralizado, colinda siempre con la tónica de lo no registrado. ¿Cómo es posible que un mero e incipiente humanista, inmaduro, que no sabe lenguas antiguas, que no sabe gramática antigua ni medieval ni renacentista, que no sabe lógica aristotélica, que no sabe racionalismo cartesiano, que no sabe la teoría de Newton, que no ha leído al padre jesuita Mariana, que no no conoce los comentadores italianos de Aristóteles, que no ha leído a Muratori, que no sabe de Vico, cómo, este pequeño y deficiente hombre humanista quiere estudiar a Ignacio de Luzán? Pregunta más o menos valida para otros campos, para un hombre que no ha leído la biblia, que no sabe de las órdenes de religiosas, que no sabe de cánones, ni de leyes, de metros, ni de padres de la Iglesia, ni de santos, ni de evangelios, ni de jesuitas, ni de reyes españoles, ni del Siglo de Oro, ni de poetas, ni de Góngora, Garcilaso, Cervantes, Quevedo, Garcián, Argensola. ¿Cómo puede este pequeño ser mexicano leer al gran aragonés de la primera mitad del siglo XVIII español?
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