Los medios audiovisuales hacen posible una oralitura, aunque las tradiciones orales son pre-existentes alas formas audiovisuales. El planteamiento antagónico entre las culturas escritas alfabetocéntricas y las culturas “otras” orales impide observar una ontogénesis común, de base oral, como soporte de esas culturas legadas por medios y soportes escritos. El ecumenismo globalízate permite asumir en este binario interpretativo estructural, entre culturas escritas y culturas orales, una distinción civilizatoria que funge como operatividad cultural en detrimento histórico de formulaciones tradicionalmente compuestas por la transmisión oral, frente a los legados escritos. Pero en sí, lo escrito, alfabetocentrado, no puede reproducirse sin la oralidad. En ambos casos existe la virtualidad de la lectura, con modificaciones en cuanto a la dimensión sensorial, una a través de los aparatos oculares, otra a través de los aparatos auditivos, pero comprendiendo que la lectura remite al dispositivo simbólico, comprehensivo y de entendimiento comunicativo. Lo que sí es claro, respecto a la escritura, es que remite a un lenguaje del lenguaje, una lengua de la lengua, lenguaje de segundo orden, que se traduce en un meta.lenguaje, desarrollando una actividad virtual, la lectura de códigos gráficos, sígnicos y en nuestras civilizaciones occidentales alfabéticos, que atienden a distingos importantes.
Sin embargo, más allá de versiones pro orales, anti escritas, por alfabéticas, anti alfabéticas, puristas, mestizas, victimistas, terroristas, estatistas, convergentes o divergentes, las dimensiones ecuménicas globales web permiten la convivencia ecléctica de dispositivos combinados entre oralituras, formas escritas, audiovisuales, sonoras, hypermediales, entre una gama amplia de soportes y recursos. El maniqueísmo entre culturas orales y culturas escritas debe trascenderse, pues en ambos casos se recurre al uso de cada recurso para concretar un desempeño comunicativo de eficiencia cultural global suficiente. Aunque existan comunidades, pueblos, grupos humanos, poblaciones, regiones y habitantes del mundo que evadan, nieguen o desconozcan, mayoritariamente, las prácticas escritas alfabéticas o no, eso no niega que en alguna de sus circunstancias sociales sostengan algún intercambio con algún agente que sí las desarrolle, plasme, registre, comunique o transmita. Más allá de las tesis levistraussianas de los pueblos ágrafos sin historia escrita o de las interpretaciones dimensionales del etnólogo y el antropólogo como un agente colonialista interno, ya ahora versiones trascendidas, al parecer, la ecúmene global, letrada y oral, soporta, categóricamente, una mezcla de ambas elaboraciones del lenguaje.
En el contexto mexicano, por ejemplo, la existencia de las lenguas de pueblos indios originarios, el multilingüismo, ha sido un hecho histórico, cultural, social, político, ideológico, geográfico, toponímico, entre otros de sus aspectos, que marca el decurso temporal y espacial desde antes de 1519 y hasta el presente. La realización por los evangelizadores europeos de traducciones, manuales, compendios y guías de aprendizaje de estas lenguas fue uno de los principales objetivos de sus trabajos intelectuales y culturales en los primeros años del periodo colonial y durante todo este momento histórico. Independientemente de sus fines religiosos, políticos, sociales, ideológicos y pragmáticos, estos documentos bibliográficos han permitido en México mantener viva una tradición de estudios sobre las lenguas indoamericanas y mantener vigente y actualizado su conocimiento. En esa medida, gran parte de esta tarea fue alfabetizar estas lenguas, traducir al alfabeto castellano o latino, caracterizar en alguno de estos alfabetos, los sonidos de los idiomas indoamericanos predominantes: náhuatl, tarasco, otomí, mixteco, zapoteco, entre otros. Conforme se extendieron los procesos de evangelización hacia el sur centroamericano y hacia el septentrión novohispano fueron realizándose compendios lingüísticos de distintos grupos humanos.
De esa manera, frente a la irreparable, trágica e inestimable destrucción de documentos, códices, pápiros, libros, compendios históricos, relatos, materiales y demás obras indoamericanas mesoamericanas confeccionadas previamente al arribo cultural europeo en el siglo XV, los testimonios arqueológicos y los testimonios etnológicos, se entrelazan. Una pasada y ancestral, “muerta”, otra de carne y hueso, “viva”. Una historiográfica, otra etnográfica. Una de vestigios monumentales, otra de vestigios carnales. Pero, esa dualidad, maniqueamente interpretada desde esta dimensión, representa igualmente una diversidad cultural que trastoca la vida y la muerte, y que, en México, nos abre a un universo ampliado de las culturas. Como puede observarse en los cambios toponímicos cuando uno viaja del Golfo de México al estado de Michoacán, en el primer caso con toponimias náhuatls, en el segundo con toponimias tarascas. En nuestro presente asistimos, como puede deducirse de lo dicho, a un Multi-alfabetismo de lenguas indomesoamericanas en México, una riqueza cultural, que hace parte de esta ecúmene letrada digital. Ecúmene que no está sustentada exclusivamente por los idiomas y lenguas europeos, alfabéticos, sino también por los idiomas y alfabetos empleados en otras lenguas no europeas. Casos distintos son las lenguas no alfabéticas, como el chino, el coreano, el japonés, entre otras.
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