La libertad me fue inculcada y yo la rechacé. Me siento esclavizado desde 2002. El trabajo de lectura y escritura tan simple y complicado como cada uno pueda hacerlo es una de las bondades de mi esclavismo. El de Mosquetaquid me lo regaló mi hermana Luisa, penta admirada mía, hace años. Lo leí con ánimo y entusiasmos e identifiqué esos toques liberacionistas, naturalistas, de asombro y búsqueda de universos conquistados mediante la contemplación, el trabajo, la reflexión, el empeño. El de la derecha de Collingwood fue una adquisición de mis andanzas por librerías de viejo. Un clásico de filosofía de la historia que me sacudió en muchas formas y me hizo ver y distinguir elementos propios de la reflexión sobre el tiempo y sus discusiones. Elementos de mis trayectos poco fiables y sin método, de mis indagaciones y arbitrariedades, de lo poco actualizado y poco enterado que me encuentro de tendencias y formas vigentes del pensamiento. Una constancia de leer sin guías, sin orientación, sin otro fin que un simple acto mecánico de abrir un volumen y leerlo.