Perspectivas mutiladas del siglo XVIII son las que me guían y orientan. Me enfrasqué en investigaciones y búsquedas que ahora me legitiman profesionalmente como estudiante de posgrado. Pero en sí hay más lagunas que certezas en mi formación sobre el siglo de las luces. En los asideros falibles me ha faltado quien suponga una guía cierta más allá de los lugares comunes. Por ejemplo ahora me encuentro leyendo y revisando un libro de Jorge Cañizares Esguerra que me hace comprender muchos problemas del siglo XVIII en historiografía y esa vertiente antihispana que predominó por entonces. Pero aquí plasmo la lectura de Laocoonte de Lessing, un texto que abre muchos pliegues para dimensionar la construcción del clasicismo alemán del XVIII. Y en un punto de transición hacia el romanticismo habría que esperar la reflexión kantiana y luego de Fichte, Schelling, Schiller, hasta Hegel. Pero esa finisecularidad dieciochesca insta también a ubicar la campaña de difamación cultural española. Muy en el asidero de la última parte del siglo de las luces mis indagatorias comulgan con elaboraciones que fraguan vacíos existenciales.
Pero en el inmenso mar de las historiografías posibles, eso sí basadas en lo escrito, el dimensionar una archivística Geek puede muy bien ser algo involuntario.
En el instinto de contemporizar e indagar arqueologías genealógicas de los asideros fértiles en torno a la composición y temas de teoría literaria, poética, estética verbal y otras elaboraciones, la lógica querella entre los gustos impera en los distantes escritos que van de libros, periódicos, panfletos, folletines, discursos y demás componentes de la cultura escrita. Porque ahí en donde se ubican personajes y tiempos, formas y estructuras de lectura y composición, mi siglo XVIII es muy raquítico. Porque entonces también hay que ver las distinciones de los tiempos y las formas concretas que materializaron debates, discusiones, estructuras mentales. Como esta querella entre los hermanos Larrañaga y Alzate y Mociño respecto a la Margileida y su prospecto. En sí hay que advertir que las elites cultas y letradas en el caso de Nueva España recibían y ostentaban ciertas obras y cierto perfil librario, pero que también había omisiones y sesgos, No hay lecturas alemanas de la vanguardia romántica y neoclásica en estos territorios por la impronta censora de la Inquisición. Pero sí hay hombres y autoridades hispánicas. Por que se trata de explicar la ilustración novohispana a partir de la penetración de las ideas francesas pero no se estudia la cultura literaria oficial, la española.
Y no encadenamos a interpretaciones de radicalismos político-sociales y olvidamos el conservadurismo cultural mexicano, ese rechazo a las innovaciones, esa poderosa ancla en las tradiciones religiosas católicas y la Iglesia, esa impronta de salvaguardar un ethos completamente apoyado en formas no cambiantes. Porque al final la tradición española reformulada por el neoclasicismo español fue mal vista por muchos criollos novohispanos, juzgada, criticada, despojada de su condición reformista. Pero en sí esta cápsula entre lecturas de historiografía literaria y de historia de la cultura, como el intento fulminante de comprender el ideario de poesía De Francisco Javier Alegre en su traducción de Boileau, no es más que el imperfecto trance de mi condición actual: estudiante de posgrado.
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