El estudio diacrónico de la lengua permite entender que los moldes institucionales en cada idioma se mantiene móviles, cambiantes y completamente en proceso de ajuste. El alfabeto de la primera mitad del siglo XVIII en Europa hacía mucho más iguales las escrituras de lenguas tan distintas como el francés, el español, el alemán, el inglés o el italiano, cosa que en esa centuria se ve modificada. Es posible identificar por ejemplo el valor fonético de la ∫ que para un lector inexperto parece una f en los impresos de la época, pero que suena lo mismo que s. Un cambio importante para la lengua española fue la sustitución de la ph por la f, evitando el grecismo y cambiando toda la ortografía española. Pero en otros ejemplos, como el alemán, hay otros fonemas y expresiones lingüísticas, por mí desconocidas, que remiten a sonidos aún usados en la actualidad como el ch. De ahí entonces, que las modificaciones históricas de la realización del grafolecto, la cultura letrada ahora accesible por la digitalidad, en distintos idiomas segmente las formas de conocimiento dichos idiomas en cada caso. Cuando se estudia inglés se distingue entre el americano y el británico, cosa que también interesa porque al final se conduce un tipo dialectal e idiomático del grafolecto, que nos da por ejemplo las diferencias escritas entre Wordsworth y Whitman, pero igualmente las coincidencias entre Hazlit y Thoreau. Y en esa diacronía de las lenguas existe también la modificación sustancial de las formas de escritura según el punto y momento histórico desde el cual se busca escribir la versión actualizada de las obras, su reedición bajo los moldes del grafolecto actual. Por eso no se advierten las diferencias ortográficas entre las formas primarias de uso del grafolecto frente a las formas actualizadas del mismo, cosa que al parecer interesa únicamente a filólogos, historiadores o críticos literarios. En cambio, dadas las condiciones del consumo literaria y escrito, se recurre a poner en una forma grafoléctica actual los textos del pasado, para enfatizar sus contenidos, más que sus distinciones ortográficas. Por si no fuera suficiente, esta dimensión ecuménica letrada digital, atiende también a la historia de la imprenta, los impresos e impresores, las formas de producción y las variantes alfabéticas históricas, que cambian también según los idiomas, las instituciones de políticas de lenguaje y los regímenes políticos. Por ello, la oposición institucional al lenguaje inclusivo no asume a la disgrafia como práctica escrita o a la heterografia, porque al final de cuentas los perjuicios son mayores cuando nos enfrentamos a un mundo analfabeta funcional. De ahí, entonces, que sea preferible construir procesos de aprendizajes ortodoxos alfabéticos. Pero las distintas expresiones disgráficas (x favor, oie, haver, entre un sin fin de las usadas cotidianamente) son formas no cultas ni seguidoras de las normas del grafolecto actualizado. Sin embargo, tienen efectividad comunicativa en contextos cotidianos, no así académicos, institucionales, profesionales, entre otros. Por ello, el estudioso del decurso histórico de la lengua, debe recurrir a los materiales digitalizados y ecuménicos, según sea el caso, por ejemplo de Google Books, para construir explicaciones de los procesos escritos de disgrafias actuales, permisibles en ciertos contextos, en otros bastante cuestionables. Al final es un problema político, cultural e ideológico, el trasfondo.
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