No fui de la poesía a la muerte
para habituarme al sin sentido.
Voy del blanco al caído soplo
que me enquista en la memoria.
Vidas feroces y rostros quebrados
son un mutis interior, íntimo, vacuo.
Languidece la tarde a contra reloj,
mis manos yacen en el alfabeto,
mis años esculpen palabras,
mis signos entreverados cruzan
el océano oscuro de la inclemencia.
Lápiz calibrado son libros no leídos,
luchas no ganadas, alientos no recorridos.
Dulce manantial que estriba en soltar
el ápice de un magno dolor
imán de tristezas acaudaladas como
paja en un pesebre, como hojas escritas
de todos los libros existentes.
Planetaria fuga que me estremece, mitades,
visiones, miradas en el límite confuso
de los ancestrales olvidos, omisos, sibilantes.
Roída faz este rostro que cabalga atmósfera
ventosas, coma de un alma gris que refulge
ansias, temores, ruidos, murmullo de galaxias
carcomidas contra el humo y el polvo
a contra luz entrando por las rendijas
de las persianas turbias de la existencia.
Manto quemado memoria eres como
si pájaros cantaran otra vez, una vez más,
otra vez en este monumento a la esperanza.
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