Una mujer que sabe latín
sabrá también amar sin dejar
de ser libre ni pensar.
a cada paso que ella decida dar.
Ella, leyendo, anotando, escribiendo
sabrá pedir a él su aliento y guía
para nutrir su alma y acompañarse
en su corporidad finita.
Él sabrá ayudar y soportar
los desvelos de estudio y las traducciones
que ella le dé a leer. Sabrá ser honesto
y sincero en su crítica a los trabajos
que ella siempre le confiará antes de la luz
de las prensas y la tinta. Él sabrá darle todo
lo necesario para que ella construya un universo
con sus pensamientos. Sabrá tener comida para ella.
Sabrá aceptar la frustración de su inteligencia. Sabrá
tener el lecho con cobijas y colchas o sábanas según
sea el tiempo frío o caliente. Sabrá aceptar la realidad
de que su esposa viva para ser libre en su inteligencia
y la procurará impostergablemente, completamente,
con toda la plenitud que la inteligencia de esta mujer
requiera. El problema real no estriba ahí
sino en el mundo que no comprende
lo que no conoce, que rechaza lo que le da envidia,
que quiere siempre aniquilar lo diferente.
La mujer que sabe latín tendrá por esposo
a un hombre que comprenda todas las lenguas
que ella hable y que sea su mejor escucha.
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