Un librito bello, refulgente y pleno, nostálgico a veces, sorprendente la mayor parte del tiempo, con poder y fuerza única de las mujeres, potencia y verbo que solo Gabriela Jiménez puede obsequiarnos. Un hermoso objeto librario delgado, de formato pequeño, concreto y que reúne en sus líneas un estruendoso diálogo norte-sur. Radicada en Uruguay, mexicana, ensambla los retoques que transitan del mate y las pampas, del río de la Plata al nopal y el mítico Tlaloc. En puntos de la lectura no hay otra cosa que asombro y emoción, radiante y absoluta, pero existe en este ejemplar de poesía un impecable manejo de los acentos, esa producción musical para muchos que carecemos de oído vedada en la composición.
En sus andanzas y tribulaciones los versos de Gabriela desgarran y encantan, subsumen una mirada andina en una visión del altiplano mexicano, se nutren y complementan como un viajar que va y viene. Ese sedimento que provoca el remover de fibras hogareñas y familiares, que redunda en la apreciación de la naturaleza y la humanidad que nos alcanza siempre, cada vez. Una mixtura recorriendo nostalgias y amores, sabores y fogones, plantas y montañas, para dotar al lector del recorrer asombroso de esta voz.
Gabriela nos regala en breves páginas luces y oscuridades, una mística incesante que trasluce el voceo sudamericano y el espinoso tuteo mexicano. Transitando siempre con una humildad léxica, por su simpleza y llaneza, no pierde elegancia ni majestuosidad. Su toque emocional es concreto y abierto, profundo, enigmático a veces, ocasionalmente retorcido, en pautas destellantes de la impronta justa entre forma y contenido. Un librito bello, excelente, de manufactura impecable, un regalo, una pieza nutriente, que en estos días he habitado con el corazón, el alma, la mirada, para rellenarme al fin, otra vez, de poesía, de la esperanza fuerte y emblemática de crear, sentir, traducir verbalmente lo hermoso de estar vivos, lo duro de la vida, la condición humana, inabarcable, inmensa, absoluta.
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