Sorprende la concertación léxica de un slang y un estilo barrial y profundo. Entre una identidad obrera, manufacturera, laborista, trabajadora, en el sentido más puro de la condicionante que impele a una de las secciones socioprofesionales mexicanas más importantes, la de los albañiles, la metáfora nomológica de una opus nigrum no es gratuita. Todo hombre de construcción (arquitecto, ingeniero, diseñador) comprende bien la diferencia social que dota al culto universitario del proletario artesano. Pero la obra negra, la maquila propia de un espacio hogareño, en este caso reúne las condiciones del ser y la existencia misma del argot más recurrente de estos héroes de la maquila arquitectónica. Construye una casa desde los cimientos y atraviesa todo el universo constructivo, ubicando modismos, fraseología, terminología, ese metaforismo del fontanero, del talachero, del herrero, del albañil, que comparte con otros oficiales no académicos: mecánicos, electricistas, pintores, cerrajeros, toda esa gremialidad de profundis urbe. Castillo nos regala con su libro la posibilidad inquietante del mundo más ingratificado y poco reconocible, dotándolo de efectos emotivos y sonoros, aliteraciones, construcciones elocuentes y plenas, que nos orillan a la experiencia obrera. Pero no es un obrero sufrido sino gozoso, un grifo que no da agua, una cerradura erotizante metaforizando el efecto del objeto del deseo erótico, una acto constructivo de desdoblamiento de la personalidad social e individual. Cuando se tiene oportunidad de construir una casa, edificio o construcción, válgase la redundancia, la obra negra es ese momento en el cual se desarrolla el proceso constructivo. En esta Obra Negra el poeta hace lírica su voz compartida con oficios, herramientas, tornillos, tuercas, engranes, piezas y elementos que dan forma a su casa futura. Pensaría uno, terminada, al concluir la lectura, pero más bien, infinita, como infinitos son los actos de lectura. Un arrinconamiento de apertura por dichos y hechos que desentonan en la poesía culta pero que rescatan lo más vital del sentido popular de la voz poética. Un acto juglar postmodernizado, heteróclito y diverso, composición que implica, en mi caso, aceptar y reconocer ignorancia, falta de entendimiento, dificultad de comprensión, desconocimiento fraseológico, o como se dice comúnmente, que me falta barrio. Eso no niega mi disfrute ni tampoco un entendimiento de algunos de sus juegos del lenguaje y sus recursos estilísticos. Libro existencial y divertido, mordaz, crítico, ácido, lúcido, convergente y divergente, asombra en la combinación de cosmos culturales disímiles que han sido estupendamente elaborados. Un libro que me deja todo por averiguar y mucho por compartir, para experimentar con ese vecino electricista, con el don albañil, con el pintor, con el fontanero. Libro que seguro ellos entenderían de otra manera, pero que igualmente disfrutarían.
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sssss
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örale, el hijo del vulgo, el buen Will
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