Rómulo Pardo Urías
Este ensayo fue fruto conclusivo de la Experiencia Educativa Métodos y Técnicas de la Historia impartido por el catedrático Juan Ortiz Escamilla.
2.1.1 INTRODUCCIÓN
Tres semanas son poco tiempo para desarrollar una investigación a profundidad. Tres días son pocos para lograr escribir los resultados. Aunque uno debería tener mejores formas de planificación en todos los sentidos, lo que aquí se intenta es un esfuerzo de salvar una distancia inmediata. ¿Cuáles son las relaciones entre la denominada historia cultural y los planteamientos historiográficos más recientes? Menuda pregunta que me temo quedara sin respuesta. A cambio se buscará profundizar en este binomio, en esta relación, en donde el planteamiento inicial abarca una reflexión en dos direcciones: una al interior de la historiografía contemporánea y otra al universo epistemológico del conocimiento histórico.
2.1.2 FILIACIONES NECESARIAS
Las herencias de la historiografía del siglo XX se inscriben, desde una perspectiva amplia, en el debate en torno a si la historia es ciencia o es narración. Igualmente, el desarrollo de las tendencias historiográficas, desde los Annales franceses y el marxismo occidental, pasando por la cliometría y la nueva historia económica, sufren un embate decisivo a partir de la caída del muro de Berlín en 1989 y lo que Fukuyama nombró como el fin de la historia[2], referencia que abre la pauta para una tendencia posmodernista en este campo. Surge entonces el debate y la discusión, desde posturas hermenéuticas postestructuralistas y de cuantificación, por nombrar las más importantes, suscitándose una polaridad entre el dato duro, cuantitativo, y la interpretación subjetiva, la construcción narrativa de la historia como discurso.[3] Por ende se derivan posturas contrarias que en ocasiones son irreconciliables, dando paso al cuestionamiento de las escuelas historiográficas y el estatuto científico de la disciplina. Se vive también una crisis a partir de los cuestionamientos hacia los modelos explicativos de las principales escuelas historiográficas, por lo que, para los años 90’s se instaura una visión posmodernista, ecléctica, relativista, bajo el postulado de “todo se vale”[4].
Además, los campos del conocimiento histórico, definidos a partir de la historia total de los Annales o las determinaciones económicas y políticas del marxismo (como la lucha de clases, la formación de los estados nacionales, la teoría de la dependencia, del desarrollo y del subdesarrollo, entre otras), se resquebrajan y surgen nuevos temas y sistemas explicativos, algunos de ellos en el marco de la historia cultural, como los que emprende Roger Chartier con la historia del libro y la lectura, el giro lingüístico con Jacques Derrida, la perspectiva cultural en la historia con Peter Burke o la postura hermenéutica encabezada por Hans George Gadamer[5] o Paul Ricouer con Tiempo y narración[6], dentro de las que interesan a este trabajo.
2.1.3 MODERNIDAD E HISTORIOGRAFÍA: INICIO DEL RECORRIDO
Desde la postura posmodernista de la historia la reflexión en torno a la modernidad cobra relevancia y vigencia. Para entender la relación entre historiografía y modernidad Guillermo Zermeño (2002) ofrece un panorama importante sobre los distintos usos del término a lo largo de la historia de occidente, desde el inicio de su empleo durante el cristianismo en el siglo V hasta su significado revolucionario en el siglo XIX. A lo largo de este recorrido, dado que Zermeño se propone reflexionar sobre la historiografía moderna -nacida a la par que las revoluciones políticas y científicas-, queda enfatizado el hecho de las transformaciones significativas del término modernidad, desde posturas como la del renacimiento que rescata el legado de la antigüedad grecolatina o la querella entre antiguos y modernos en el siglo XVII, en donde lo moderno es categóricamente más valido que lo antiguo. La modernidad, por tanto, implicará modificaciones semánticas y concepciones de mundo distintas, con respecto a la antigüedad y al presente en el que se usan, determinando a partir del siglo XIV y desde el renacimiento, una categoría que cambia el signo de su interpretación en función del pasado al que hace alusión (la antigüedad clásica grecolatina, la Edad Media, el Antiguo Régimen frente al momento industrial, etc.). En este contexto, la historiografía moderna, indisociable de la ciencia, “cumple sólo la capacidad de proveer a la sociedad de una representación global temporalizada de sí misma”[7]. Finalmente, la modernidad se englobará, siguiendo a Michel De Certeau bajo la lectura de Zermeño, en una configuración histórica a través de la disyunción entre la escritura y la oralidad, en donde se concluye que no puede haber modernidad sin tradición y que la historiografía será uno de los instrumentos cognoscitivos de la modernidad. De tal forma se plantean tres formas de conocer el pasado: 1) a través de la costumbre, 2) a través de las convenciones sociales y 3) a través del mito.[8]
A la par lo moderno ejemplificará, desde sus orígenes, un mecanismo paradójico donde lo nuevo sustituye a lo anterior, donde una moda se vuelve obsoleta y se convierte en tradición. Por ello, el momento posmodernista, donde el esquema temporal se ve trunco y aventado al vacío (por la invalidez de los meta relatos -como el nacional, el del progreso y el de la linealidad del tiempo-), implicará el cuestionamiento primordial sobre los modelos explicativos de la historia, su relación con otras ciencias sociales, su estatuto científico y la influencia, en ocasiones positiva y en otras negativa, de la ruptura implicada en la concepción de que “los posmodernos encuentran en la historia sólo un ejercicio de narración, dominado por las reglas del discurso, y por lo tanto no productor de conocimiento científico”.[9]
2.1.4 LA REVISIÓN APRESURADA
Hasta aquí se han expuesto someramente algunas líneas del tejido intelectual sobre la reflexión historiográfica, pero cabe preguntarse ¿cómo se relacionan la historia cultural y la historiografía? ¿cuáles son las implicaciones epistemológicas, al interior de la disciplina histórica y al exterior de ella, de la pugna entre los restos del positivismo y la cuantificación frente a las múltiples interpretaciones discursivas suscitadas desde la hermenéutica?
En el año 2002 Pablo Picatto[10] plantea un escenario inquietante para la historia cultural en México en el marco de la discusión de la nueva historia cultural, encabezada por historiadores norteamericanos. Sin embargo, otros autores han realizado el rastreo de la historia cultural desde dos trincheras distintas: la primera es la relacionada con la escuela de los Annales y la historia de las mentalidades[11] y la otra derivada de la vinculación entre antropología e historia desde los planteamientos semióticos de la cultura que realiza Clifford Geertz. Hay por tanto líneas argumentativas restrictivas que pueden plantearse como lo hace Georges Duby cuando afirma que “la fascinación por lo cuantificable, es una reminiscencia de las ilusiones positivistas”[12] para establecer la siguiente pregunta legitima: “…¿cómo intervinieron en la historia de las relaciones sociales, aquellos factores que, sin tener menos realidad que los factores tecnológicos, monetarios, climáticos, demográficos, no se dejan capturar, palpar, observar y no tienen que ver con lo material sino con lo mental, con la idea, con el sueño, con el fantasma?…”.[13] Pero el texto de Duby parece más bien inscribirse en un debate que para el 2002 ha sido renovado y que gira al rededor de la definición de la historia cultural. Posterior a la importante reflexión que plantea Picatto (2002), a partir de la historia cultural realizada por Edmundo O’Gormman y los huecos y posibilidades planteadas por la nueva historia cultural[14],el artículo de Eric Van Young (2003) argumenta a favor de la renovación en historia económica y de los mecanismos mediante los cuales ésta revela entramados políticos, sociales y culturales. Notoriamente el debate, que en este caso se inicia con la afirmación anterior de Duby, está planteado igualmente en el devenir de la historiografía en el proceso de transición del siglo XX, y la posmodernidad, al siglo XXI -y esa postura defendida por María Cristina Satlari y Pablo Guerrero Alfonso de la historia como ciencia-.[15] Estamos, por tanto, ante un escenario donde vuelve a funcionar la modernidad en todas sus dimensiones y distintas acepciones -críticas, reflexivas, metodológicas, históricas- para dar paso al eje analítico de esta apartado sobre la historia cultural, como una forma del quehacer histórico contemporáneo[16]. En ese sentido, la historia cultural representa, a la luz de la historia de las mentalidades, una tradición cuyos orígenes pueden encontrarse no en la disciplina histórica moderna, sino en otras formas del quehacer histórico, como la historia de la lengua y la literatura o la historia del arte y las disciplinas científicas. Así, expone Peter Burke (2000), entre el renacimiento italiano del siglo XV y la historia positivista del siglo XIX, la presencia y aumento de una serie de estudios dan píe al desarrollo de la reflexión sobre la cultura y su devenir histórico, entendida como arte y como forma de refinamiento civilizatorio, suscitando, en principio, obras ancladas en la antigüedad clásica grecolatina. Gradualmente se ensanchan las investigaciones sobre historias concretas (de la música, de la lengua, de la medicina o de la química, incluso de la historia) pasando de una visión más biográfica a una de contextualización, a una perspectiva de relación entre la cultura y la sociedad, apuntando a la historia intelectual, la historia de las ideas, que para el siglo XVIII ya tenía representantes en Jacob Brucker y Gianbattista Vico.[17] Será en 1780, en Alemania, donde se inicie el empleo del término Kultur (cultura) y Geist (espíritu) que se acercan más a la idea de la cultura que influye en el período de la modernidad revolucionaria del siglo XIX y en la diferencia entre historia positivista (cuantitativa, económica y política) e historia intelectual (de las ideas, escuelas, formas de pensar)[18]. Igualmente precisa recordar que será Wilhelm Dilthey, filósofo alemán, quien distinga entre las ciencias del espíritu y las ciencias de la naturaleza, en el siglo XIX, atribuyendo a cada una objetos y métodos de estudio divergentes. Así, volvemos al debate recalcado a lo largo de este trabajo entre la historia como ciencia o como discurso, que se mantiene en las tensiones inherentes al desarrollo y transformación de la modernidad que Zermeño[19] ofrece, y se corrobora con la divergencia entre la historia positivista y la historia cultural que establece Burke: “…el siglo XIX presenció un distanciamiento cada vez mayor entre la historia cultural, que prácticamente quedó en manos de diletantes, y la historia profesional o <>, cada vez más interesada en la política, los documentos y los <>…”[20]
2.1.5 CONCLUSIONES
La pregunta inicial en la que se basó el trabajo permitió articular la relación entre historiografía e historia cultural, desde el planteamiento de Zermeño sobre la modernidad y las escuelas historiográficas de la segunda mitad del siglo XX. Igualmente la pregunta vinculaba el plano epistemológico del conocimiento histórico a partir de la diferencia entre la historia como ciencia o como discurso. En todo caso esta distinción abarca el hecho de lo que Zermeño identifica como tradición, de lo cual se sigue que existen distintas tradiciones en la investigación historiográfica y de la historia, con métodos, a su vez, distintos.
Por otra parte la reacción al posmodernismo en historia, que reivindica a la historia como ciencia, permite anclar el debate historiográfico más contemporáneo en el seno de las relaciones entre la historia y otras ciencias sociales.
Quedan, igualmente, aspectos interesantes por indagar: ¿cuál es la validez de los estudios que toman a la historia como discurso? ¿cómo se replantea a la historia como ciencia en el marco del siglo XXI? ¿hay una historiografía de la cultura? ¿cuáles son los debates en torno a la epistemología de la historia?, por nombrar solo algunos de los que mayor interés generaron en la realización de este ensayo.
Sin duda el tiempo para la elaboración de este trabajo fue corto y por ende la revisión apresurada deja más huecos y distancias no salvadas. Pero el ejercicio realizado permite un acercamiento a temas interesantes y discusiones que ciertamente son mucho más complejas de cómo se esbozaron aquí.
BIBLIOGRAFÍA
Burke, Peter, “Orígenes de la historia cultural” en Formas de Historia cultural, Alianza Editorial, Madrid, 2000, pp. 15-39.
Duby, Georges, “Lo mental y el funcionamiento de las ciencias humanas” en Historias,INAH, México, Núm. 16, enero-marzo, 1987, pp. 12-14.
Guerrero Alonso, Pablo, “’Historia a debate’ y la historiografía del siglo XXI” en El futuro del pasado, José Luis Hernández Huerta editor, Salamanca, Nº2, 2011, pp. 313-334.
Picatto, Pablo, “Conversación con los difuntos: una perspectiva mexicana ante el debate sobe la historia cultural” en Signos Históricos, UAM, México, Núm. 8, julio-diciembre, 2002, pp. 13-41.
Ríos Saloma, Martín F. “De la historia de las mentalidades a la historia cultural. Notas sobre el desarrollo de la historiografía en la segunda mitad del siglo XX” en Estudios de historia moderna y contemporánea de México, UNAM, México, Nº 37, enero-junio, 2009, pp. 97-137.
Satlari, María Cristina, “La historia en los debates de la posmodernidad” en Cuyo. Anuario de filosofía argentina y americana, Universidad Nacional de Cuyo, Argentina, Nº 24, 2007, pp. 139-169.
Van Young Eric, “La pareja dispareja: breves comentarios acerca de la relación entre historia económica y cultural” en Historia Mexicana, COLMEX, México, Vol. 52, Nº 3 (207), enero-marzo, 2003, pp. 831-870.
Zermeño Padilla, Guillermo “Modernidad, revolución e historiografía” en La cultura moderna de la historia, COLMEX, México, 2002,pp. 41-75.
[1] Este ensayo fue fruto conclusivo de la Experiencia Educativa Métodos y Técnicas de la Historia impartido por el catedrático Juan Ortiz Escamilla.
[2] Es importante advertir que el texto de Fukuyama marca un cisma importante. Coincidentemente Pablo Guerrero Alonso (2011) y María Cristina Satlari (2007) encuentran el origen de la tendencia posmoderna en historia con esta publicación y ambos se inclinan por preferir la defensa de la historia como ciencia a la historia como discurso, en donde la reflexión historiográfica resulta vital en el oficio del historiador.
[3] Esta discusión entre lo que Satlari llama el carácter científico de la historia frente al carácter humanístico de la historia, puede corroborarse nítidamente en el artículo de Eric Van Young(2003) cuando menciona la existencia de “la brecha metodológica —e incluso epistemológica—entre los puntos de vista más positivistas del estudio del pasado humano, de los cuales la historia económica es, por un lado, supuestamente la variante preeminente y la nueva historia institucional su producto más reciente, y por otro lado, los acercamientos más hermenéuticos o interpretativos, de los cuales la historia cultural (o incluso la biografía) sería el principal ejemplo”, Eric Van Young, 2003, p.853.
[4] En este punto es importante dar seguimiento a la discusión entre posmodernistas y antiposmodernistas en la historia y la historiografía, pues desde la perspectiva de Satlari (2007) lo posmoderno niega la historia, en tanto enfatiza el relativismo de lo cual la autora deduce la disolución de la historia como ciencia bajo la premisa de que: “si todo es válido, nada es válido”p. 140. También el artículo de Pablo Guerrero (2011) hace una reivindicación de la historia como ciencia a partir del debate entre la historia y los posmodernos.
[5] Guillermo Zermeño (2002) enfatiza la postura hermenéutica siguiendo la tradición alemana que distingue entre la historia como saber del pasado y la Geschichte o la historia como experiencia, para ceñirse a la Historia efectual rescatada de los postulados del filósofo alemán Hans George Gadamer.
[6] La referencia al texto de P. Ricouer se ubica en: Satlari, 2007, p.152
[7] Véase G. Zermeño, 2002, p. 70.
[8] En este punto se sigue la lectura del historiador inglés Eric Hobsbawm: Zermeño, 2002, p.70
[9] Véase María C. Satlari, 2007, p. 154.
[10] P. Picatto, “Conversación con los difuntos: una perspectiva mexicana ante el debate sobe la historia cultural” en Signos Históricos, UAM, México, Núm. 8, julio-diciembre, 2002, pp. 13-41.
[11] Cuya genealogía abarca cuatro generaciones encabezadas por Marc Bloch y Lucien Febvre, seguidos por Fernan Braudel, posteriormente por Georges Duby y Jacques LeGoff, hasta la cuarta generación que es la de Roger Chartier. Véase, Martín F. Ríos Saloma, “De la historia de las mentalidades a la historia cultural. Notas sobre el desarrollo de la historiografía en la segunda mitad del siglo XX” en Estudios de historia moderna y contemporánea de México, UNAM, México, Nº 37, enero-junio, 2009, pp. 97-137.
[12] Véase Georges Duby “Lo mental y el funcionamiento de las ciencias humanas” en Historias, INAH, México, Núm. 16, Enero-Marzo, 1987, pp.12-14.
[13] Duby, 1987, p.12.
[14] “La discusión necesita alejar su centro de la definición y clasificación de la nueva historia cultural, reconocer herencias y criticarlas, y establecer verdaderos diálogos, así hiedan a teoría, a través de fronteras y subcampos”, P. Picatto, 2002, p. 40.
[15] Ambos defienden al conocimiento de la disciplina histórica contra las versiones posmodernas que mantienen la llamada crisis de la historia a fines del siglo XX: “Esta crisis de la escritura de la historia se identificaba por su carácter general o total, ya que implica a todas las dimensiones de la profesión del historiador” incluidas las formas de investigación y escritura de la historia, la teoría de la historia y su función social. En Pablo Guerrero Alonso “’Historia a debate’ y la historiografía del siglo XXI” en El futuro del pasado, José Luis Hernández Huerta editor, Salamanca, Nº2, 2011, pp. 313-334.
[16] Cabe mencionar que en el artículo de Pablo Picatto existe la reflexión sobre una
alternativa de la nueva historia cultural a la que el autor niega importancia, que es al hecho
de definir lo cultural, de definir la cultura.
[17] Véase, Burke, 2000, p.26.
[18] Burke, 2000, pp.37-38.
[19] Satlari hace mención del “paradigma galileano” en la historia, empleado por Carlo Ginzburg. Satlari, 2007, pp. 150-151.
[20] Burke, 2002, p.39.