Rómulo Pardo Urías
Este trabajo fue parte de la Experiencia Educativa Mundo Contemporáneo impartido por la catedrática Olivia Domínguez Pérez.
3.2.1 INTRODUCCIÓN
Reflexionar sobre el patriotismo criollo implica considerar la evolución cultural, histórica, intelectual, literaria, artística y religiosa, en el marco de la vida colonial en Nueva España. La consideración primera debe señalar que en tanto manifestación cultural particular de un segmento de la población novohispana, el patriotismo criollo tiene sus orígenes en el siglo XVI y gradualmente alcanza un grado de importancia y esplendor hacia finales del siglo XVII con figuras como Carlos de Sigüenza y Góngora o Sor Juana Inés de la Cruz, aunque será hasta el siglo XVIII donde cobre una dimensión más profunda, nítida y políticamente comprometida. Pensar en el devenir de esta forma identitaria es, además, inscribir la reflexión de los intercambios culturales entre Nueva España y su metrópoli, tomando en cuenta hechos múltiples en el terreno de la cultura, como la instauración de la Universidad de México o la imprenta en la misma ciudad en el siglo XVI, a partir de modelos europeos que se ensayaban en las colonias con mayor o menor aceptación y trascendencia. Así mismo, reflexionar sobre el patriotismo criollo es tomar en cuenta distinciones que surgen a raíz de los primeros flujos migratorios a la colonia septentrional de España y que subsecuentemente dieron por resultado la proliferación demográfica europea, que poco a poco constituyó un sector de la población importante al cual se le denominó criollo o europeo nacido en América.
A continuación nos proponemos desarrollar algunos elementos definitorios del patriotismo criollo tomando en cuenta el desarrollo cultural de la clase criolla en Nueva España. Es importante notar que la búsqueda de una identidad particular por parte de este sector de la población novohispana se corresponde con un sentido de pertenencia y de apropiación del espacio geográfico, material y simbólico, dadas las circunstancias del régimen colonial. La búsqueda efectuada consigue mostrar que en tanto cuerpo simbólico y práctico el patriotismo criollo representa un antecedente directo del nacionalismo mexicano, considerando al menos la lectura de David Brading (1973) y la de Enrique Florescano (2002). Por tales motivos la indagación nos condujo a la reflexión sobre el nacionalismo en su composición simbólica aunque tomando en cuenta que para el periodo colonial es un anacronismo hablar de nacionalismo, no así de patriotismo. Por ello rescatamos algunas ideas de Ruggiero Romano (1994) que nos permitan distinguir entre el nacionalismo y el patriotismo, tomando en cuenta que se trata de conceptos y concepciones que ya en el antiguo régimen eran empleadas pero cuyo significado cambió a raíz de la revolución francesa de 1789.
3.2.2 EL SECTOR CRIOLLO Y EL DESARROLLO CULTURAL COLONIAL NOVOHISPANO
La conformación de la sociedad colonial una vez acontecida la conquista de Tenochtitlan en 1521 trajo consigo diversos esfuerzos: la labor militar inicial había concluido y se daba paso a una labor de colonización con la encomienda y la evangelización. Uno de los problemas centrales era el estatuto del indígena, pero también, gradualmente, los hijos de los conquistadores reclamaban su sitio en la nueva sociedad. Según Jacques Lafaye (1999) la condición de igualdad de los súbditos americanos y peninsulares para la corana era crucial. Por ello se siguieron modelos europeos que permitieran la promoción e igualdad de condiciones, sobre todo culturales, entre los europeos y los criollos americanos. Ya para mediados del siglo XVI tenemos en Martín Cortés a un criollo decidido a defender las propiedades heredas de su padre, pero para 1553 con la fundación de la Universidad Real y Pontificia de México es que se constituye un núcleo educativo y cultural que tendrá en las minorías europeas y criollas a sus escolares: “las universidades del Nuevo Mundo proporcionaron a los criollos la posibilidad de acceso al progreso cultural y, hasta cierto punto, su promoción en la administración pública” (Lafaye: 1999: 239). La implementación de la imprenta en la ciudad de México y la distribución de libros ya para 1539, con ciertas restricciones y prohibiciones, también fomentó un auge cultural que respondía al fomento cultural hispano de los reyes católicos en sus territorios americanos.
Es bien sabido que en términos sociales el español y el criollo se encontraban en la cima de la pirámide social novohispana, aunque el español por encima del criollo. Sin embargo, el criollo representaba una condición social emergente y novedosa ya por ser hijo de los conquistadores, ya por ser hijo de los primeros españoles que se hicieron de fortuna en las Indias, pero siempre como un miembro de la élite minoritaria. Paulatinamente el criollo ocupa un lugar privilegiado en la sociedad colonial naciente y conforma al grupo letrado y educado, instruido, que se inserta en los puestos bajos de la administración virreinal o eclesiástica, vigente desde 1536.
Con el crecimiento urbano y el asentamiento de ciudades como la de México, Guadalajara y Puebla, se consigue generar centros de hispanización más clara, a manera de núcleos desde donde irradia la cultura dominante: ya no sólo bajo el proyecto de evangelización de los indígenas, sino también para atender las necesidades, religiosas, educativas, culturales y sociales, de la república de españoles. Con esto se crean colegios como el jesuita de San Pedro y San Pablo o la Academia de Letrán, conventos, monasterios y catedrales, para el rito y la liturgia católica, así como para la formación del clero, suscitándose a la par una cierta vida cortesana, en el caso de la ciudad de México, que acompaña la actividad social del Virrey. Siguiendo a Lafaye para 1570 la sociedad colonial es ya estable, pero se inicia el proceso de diferenciación entre la cultura española metropolitana y la propia de las colonias. En ese sentido “…los criollos aspiraban, desde la primera generación, a diferenciarse de los españoles de la península absorbiendo formas de conducta, e incluso supersticiones, indias… [y al mismo tiempo] …dedicaban sus mejores esfuerzos a diferenciarse lo más posible de los indios bárbaros, como hacían los españoles europeos” (Lafaye: 1999: 245).
Para el siglo XVII hay una bonanza económica en Nueva España que es captada en su mayoría por los comerciantes y propietarios criollos, quienes han ido ocupando cargos importantes de la administración en las provincias coloniales, pero también han fortalecido su actividad económica gracias a la corrupción de los representantes de los puestos del gobierno. Es también importante mencionar que las guerras que protagoniza España en el siglo XVII le dan a la colonia novohispana un cierto aire de autonomía, siempre que la monarquía vendió los cargos públicos para obtener recursos financieros y de esa forma el sector criollo se introdujo con más facilidad a los asuntos del gobierno, instaurando un régimen a su favor que quedó clarificado en el lema se acata pero no se cumple.
Para 1602 Bernardo de Balbuena había escrito su obra Grandeza mexicana donde se plasmó la importancia y refinamiento de la sociedad novohispana, de su cultura, sus palacios, las hazañas y logros de esta sociedad emergente. Otros ejemplos del ingenio criollo americano serán Juan Ruiz de Alarcón, Sor Juana Inés de la Cruz y Carlos de Sigüenza y Góngora, que para finales del siglo XVII representan al selecto y pulimentado grupo de literatos, artistas y cortesanos virreinales. Se trata, por tanto: “de una cultura que reflejaba la mezcla de pretensiones aristocráticas con los gustos y mentalidades arcaicas de rancio abolengo, característicos de los ambientes coloniales. Naturalmente, la historia de la cultura […] es sólo la de la pequeña minoría de una clase urbana y educada, en medio de una minoría criolla también muy pequeña en proporción a la población total de las Indias” (Lafaye: 1999: 247). Estos criollos encuentran en la defensa de la patria americana, a partir de las glorias indígenas prehispánicas y de su rescate, un motivo definitivo para identificarse como herederos de un legado y como representantes de un estado distintivo mas no por ello inferior. Así, personajes como Diego de Durán con su Historia de las Indias o Fernando de Alva Ixtlixochitl son también representantes de esta cultura criolla distinta de la española y de la indígena, que se va forjando con el avance del mestizaje y de la separación racial nítida de las clases sociales.
3.2.3 EL PATRIOTISMO CRIOLLO: RASGOS Y CARACTERÍSTICAS
Para Enrique Florescano (2002) existen tres rasgos del patriotismo criollo que inicia ínfimo en el siglo XVI y se consolida en el siglo XVIII:
1)lazos de identidad con la tierra en la que se habita
2)rescate del antiguo pasado indígena para legitimar la patria en construcción
3)creación de símbolos que encarnan valores patrios
Los criollos se distinguen de los españoles por su conocimiento geográfico y local del territorio, pues se encargan de describirlo, conocerlo y explorarlo. La finalidad de este conocimiento es agrícola pero los criollos también se encargan de los primeros planos de los centros urbanos y poblados que viven el conflicto entre las tierras cultivables y los lindes de estos asentamientos. Junto a este conocimiento geográfico, para el siglo XVIII con fines estratégicos, se encuentra el conocimiento científico, botánico, etnográfico y social que dota al criollo de una consciencia particular, distinta de la española también por sus fines y sus objetivos.
Por su parte, David Brading (1973) apunta que para el siglo XVII el criollo es el heredero desposeido y que fincándose en la interpretación franciscana de la historia de Nueva España, insistiendo en la importancia de la obra de Torquemada, realiza la recuperación del pasado azteca como una antigüedad clásica equiparable a la romana para los europeos, mientras que los fundadores verdederos de Nueva España, bajo el sesgo de las brutalidades y excesos de los conquistadores, habían sido los frailes. En ese sentido, el criollo localiza su tradición en los elementos civilizados de los dos mundos antagónicos a los que pertenece. No niega su raíz europea pero exalta el pasado prehispánico, se finca en su religosidad a la virgende Guadalupe y retoma el mito de Quetzalcoatl para ennoblecer a los antiguos pobladores de la América que ocupa, sujetos de la evangelización de un Santo Tomás que ellos nombraron con el nombre de serpiente emplumada. Así, el criollismo despunta el nivel religioso, identitario, y como señala Brading “En esencia, […] la nueva sociedad colonial se definió en una virtual asociación con la Iglesia. Como la mayoría de los intelectuales criollos eran sacerdotes, esta interpretación ejerció sobre ellos un fuerte atractivo; y desde luego que fue una gran ayuda en la búsqueda de orígenes más honorables que el derramamiento de sangre que había significado la conquista” (Brading: 1973: 26).
Sintéticamente el pasado indígena se equipara a la antigüedad clásica (para los europeos griega y romana), gracias a la obra de Juan de Torquemada publicada en 1615 Monarquía Indiana. Pero este trabajo preserva una visión denigratoria de los indígenas como idólatras y cuyas formas culturales procedían de prácticas demoniacas. Serán las obras de pensadores del siglo XVIII las que cambien estas percepciones, como la de Lorenzo Boturini y Francisco Javier Clavijero. Además, entre 1749 y 1780 existen desde Europa ataques, sobre todo etnocéntricos y raciales, contra los americanos, encabezados por el conde de Buffon, el abate Reynal, Cornelius Pauw y el historiador escocés William Robertson. En respuesta a ello hay obras cruciales del pensamiento criollo como la de Juan José Eguiara y Egurén Biblioteca mexicana publicada en 1755 y la Historia antigua de México de Clavijero.
Retomando a Florescano, agregamos que: “Clavijero es el primer historiador que presenta una imagen armoniosa del pasado indígena y el primer escritor que rechaza el etnocentrismo europeo y afirma la independencia cultural de los criollos mexicanos” (Florescano: 2002: 12-13). Así mismo, para finales del siglo XVIII el rescate del pasado indígena sufrió un aceleramiento importante. Un ejemplo es el escudo de armas de la antigua Tenochtitlan: “los criollos y los mestizos adoptaron el emblema del águila parada sobre un nopal y combatiendo a la serpiente y progresivamente lo fueron imponiendo en las representaciones que simbolizaban lo más entrañable de su patria” (Florescano: 2002: 14).
Otra forma simbólica rescatada por el criollismo es el emblema de la Virgen de Guadalupe que en 1737 se declaro patrona de la ciudad de México y en 1746 protectora de Nueva España y que “era el símbolo de lo propiamente mexicano; unía el territorio antiguamente ocupado por los mexicas con el sitio milagrosamente señalado para la aparición de la madre de Dios” (Florescano: 2002: 18). En el culto y símbolo de la Virgen se unían cuatro conceptos: territorialidad, soberanía política, protección divina e identidad colectiva. Para Lafaye se trata de un «triunfalismo criollo» y de la “creencia de que Dios había puesto a los criollos aparte del resto de la humanidad valiéndose de la virgen María, quien había escogido la tierra americana como su hogar para vivir entre los hombres” (Lafaye: 1999: 254).
3.2.4 PATRIOTISMO CRIOLLO Y NACIONALISMO MEXICANO
El nacionalismo mexicano puede considerar desde un sentido que aglutina los símbolos del patriotismo criollo y que Hidalgo y Morelos emplean como la fórmula de identidad nacional a partir del pueblo. La soberanía reside en él. Ambos caudillos inauguran formas de culto que consideran las demandas populares. Tanto uno como otro después de su muerte serán considerados héroes de la patria. Morelos recurre a fomentar el culto a nuevos héroes y símbolos: “es el primero que intentó fundir el culto a los héroes de la antigüedad indígena con el culto a los héroes del movimiento insurgente” (Florescano: 2002: 21).
El nacionalismo mexicano bebe, entonces, de las fuentes simbólicas y prácticas del patriotismo criollo siempre que conforme avanza el siglo XVIII y principia el XIX se suscita un cisma más profundo y contundente entre el ala hispana y el ala criolla de la sociedad novohispana. Tanto Brading como Florescano manejan el ejemplo de Fray Servando Teresa de Mier como una especie de bisagra entre los representantes dieciochescos del patriotismo criollo y los padres de la insurgencia de independencia. Sin embargo, la elaboración del nacionalismo, como proyecto de unidad e identidad colectiva, trasciende la dimensión simbólica del criollismo para ingresar en una dimensión práctica, políticamente, que busca modificar las condiciones sociales del régimen colonial.
Al respecto, podemos mencionar con Ruggiero Romano (1994) el sentido de tres conceptos que atraviesan el antiguo régimen y se adentran en la modernidad cambiando su significado inicial. El primero de ellos es el de país que se asocia, desde el siglo XIII, con el lugar de nacimiento y la lealtad al rey. El segundo es el de nación que se refiere, igualmente, al lugar de nacimiento, pero además a un contexto cultural más amplio. El último es el de Estado que a partir del siglo XVI toma el sentido de la organización de la res publica, cobrando una dimensión política y de sujeción a un estado de cosas. Será en el siglo XVIII donde Romano detecta el sentido moderno de país, nación y Estado. La evolución de estos conceptos se modifica sustancialmente por los ilustrados franceses y a raíz de la revolución de 1789 adquieren otro sentido. Romano retoma la asociación nación/pueblo como una síntesis del pensamiento del siglo XVIII. De esta manera será en Alemania donde finalmente adquiera un sentido más cercano al del siglo XIX:
… en el crucial invierno de 1807-1808 Fichte escribe sus Discursos a la Nación Alemana, teorización completa de lo que será la nación en el siglo XIX. Pero no es sólo esto: el nuevo concepto de nación hará alianza ( y, a veces, matrimonio) con el nuevo concepto de Estado. Fue Georg Wilhelm Friedrich Hegel quien consagró la idea de un estado que totaliza y decide ‘sobre la base de una rigurosa ética –laica o moderna cuanto se quiera- pero siempre ética’ (Romano: 1994: 24).
Como resultado de estos impulsos y reformulaciones Romano encuentra la creación de historias nacionales que buscaron: los orígenes no sólo del sentido nacional sino también del nacionalismo. El patriotismo criollo mantiene esta característica de anclar en el pasado un punto de identidad colectiva que permita distinguir a la sociedad precedente de la nueva. El nivel religioso, el nivel histórico (de recuperación del pasado indígena glorioso, del indio muerto y no del vivo) y el nivel geográfico, son rasgos particulares que el criollismo elabora firmemente con un propósito de apropiación colectiva y de discriminación étnica. Retomando a Francisco Colom González (2003) se advierte que la consciencia nacional es un fenómeno colectivo que en principio surge en grupos reducidos y que paulatinamente se expande a otros sectores de la población: “las naciones son construcciones sociales de naturaleza histórica y mutable” (Colom: 2003: 319) y la conciencia nacional representa una forma de identificación con bases que pueden ser remotas pero que se insertan en una concepción comunitaria. La nación en su concepción comunitaria es para Colom una metáfora que cuenta con una dinámica simbólica propia. Además, en este sentido, es “un sistema de representación cultural: una comunidad simbólica necesitada de unos sentimientos funcionales de identidad y lealtad” (Colom: 2003: 319).
Siguiendo la lectura de Colom apuntamos que se requiere un conjunto de instituciones, símbolos y representaciones culturales como presupuestos de la nación y su motivación social, puesto que las culturas y las identidades nacionales se presentan ante todo en formas discursivas, capaces de “resignificar las relaciones sociales y organizar pautas de acción colectiva” (Colom: 2003: 320) y se construyen narrativamente a través de los relatos de identidad nacional, donde hay una teleología del tiempo nacional, una historicidad nacional y una imaginación nacional. La historia nacional dota de profundidad a la identidad nacional, a la nación. Con esto podemos verificar que el criollismo representa una fuente del nacionalismo, siempre que marca el punto de ruptura entre criollos y españoles, entre americanos y europeos.
Con la guerra de independencia, se hará patente el guadalupanismo, el rescate del simbolismo prehispánico, las contradicciones, sobre todo ideológicas, entre criollos y españoles, además de que en los símbolos que emplean tanto Hidalgo como Morelos hay una gran manifestación y afecto populares (como en el estandarte de la guadalupana o el águila contra la serpiente en el nopal). Quizá debamos concluir diciendo que hacia la primera mitad del siglo XIX, Romano señala que: “una nación es un espacio delimitado por fronteras naturales, poblada por hombres que hablan un mismo idioma y que practican una misma religión y están unidos entre ellos por un ‘espíritu nacional’ no bien identificado” (Romano: 1994: 28). Sin duda, el patriotismo criollo representó este germen nacionalista siempre que unifico a la colectividad que luchó por la independencia de México, a reserva de que este esfuerzo haya sido coronado por otro sector de la población.
3.2.5 CONCLUSIONES
La breve revisión expuesta hasta aquí puede inscribirse en el desarrollo ideológico del sector criollo durante la colonia. Al considerar este desarrollo como elemento antecesor del nacionalismo mexicano, siguiendo a Brading y Florescano, tomamos en cuenta que su evolución responde a la realidad colonial que para el siglo XVIII marcará puntos de quiebre insostenibles entre las élites y oligarquías hispanas y las criollas. Al tratarse de un conjunto ideológico, mas no por ello exclusivamente simbólico sino también práctico, la politización que implica el proceso de independencia de Nueva España a México es quizá el punto álgido en el que se suscita la transformación del sentido patriótico (como lugar de nacimiento y lealtad al rey) al nivel nacional (como unidad colectiva autónoma, independiente y definida territorial, lingüística y religiosamente). Serán los criollos de finales del XVIII y principios del XIX, especialmente los letrados de la clase media, los encargados del desarrollo del proyecto nacional y los que encaminen sus esfuerzos en, al menos, dos sentidos distintos: la legitimación de un nuevo régimen basado en el constitucionalismo y la anulación simbólica del pueblo llano en los reglamentos estatutarios del nuevo contrato social nacional. Ya desde el hecho de establecer en el criollismo un punto de partida, la segmentación racial y social de la clase dominante y las clases subalternas queda definida históricamente. Por ello, el desplazamiento al México independiente representará una simple movilización de oligarquías que buscan despojar a la colonia del dominio español.
Importa mencionar que desde este punto de transición, entre la colonia y la nación, las pugnas serán inherentes al devenir histórico. El proyecto nacional estará definido como uno de orden occidental, eurocéntrico, que buscará el progreso y la modernidad, siempre bajo los esquemas y medidas de los países desarrollados como Inglaterra o Estados Unidos. Los grupos indígenas no serán parte de este programa nacional y el liberalismo se encargará de anularlos como agrupaciones con derechos jurídicos. Es controversial, por ende, este rescate indígena del criollo que se adentra en el pasado pero parece no ver el presente o sesgar su mirada sobre otras realidades contemporáneas a él. Finalmente, consideramos que el patriotismo criollo, en tanto fenómeno de la identidad, es un punto de llegada y síntesis del devenir colonial que se encabalga con la formación del México independiente.
BIBLIOGRAFÍA:
Brading, D.A. (1973). Los orígenes del nacionalismo mexicano. México: Secretaría de Educación Pública.
Bonfil, G. (1986). La querella por la cultura. Nexos. Recuperado de: http://www.nexos.com.mx/?p=4615
Colom González, F. (2003). La imaginación nacional en América Latina. Historia Mexicana. 53(2), 313-339. Recuperado de:
http://codex.colmex.mx:8991/exlibris/aleph/a18_1/apache_media/TUP55BIIIPMC11ID1MTQLABBEPSUJK.pdf
Florescano, E. (2002). De la patria criolla a la historia de la nación. Secuencia. (52), 7-39. Recuperado de:
http://secuencia.mora.edu.mx/index.php/Secuencia/article/viewFile/5480/4198
Lafaye, J. (1999). “Capítulo 8. Literatura y vida intelectual en la América española colonial”. En Bethel, L. (Ed.), Historia de América Latina 4. América Latina colonial: población, sociedad y cultura (pp. 229-261). Barcelona: Crítica.
Romano, R. (1994). “I. Algunas consideraciones alrededor de nación, estado (y libertad) en Europa y América centro-meridional”. En Blancarte, R. (Comp.), Cultura e identidad nacional (pp. 21-43). México: Fondo de Cultura Económica.
Villoro, L. (1984). El proceso ideológico de la revolución de independencia. México: UNAM.