5 de noviembre de 2015
Soy de una era tecnológica distemporánea
Mi mazmorra son los libros, los pensamientos, las ideas. Mazmorra de luz, lúgubre tenebra luminosa, fulminante, antípoda de la luz de las pantallas. Encripto fonémas y compongo falsos latinismos desde mi precariedad verbal: nihilo cognitio res lumine. Prefiguro esfuerzos banales, con el apego de ancestros que naufragaron por el cáncer. Remilgoso recuerdo a los sínodos del episcopado global y compongo altares ensombrecidos por el tiritar de los astros perdidos: los hombres de letras que configuran el mapa existencial de mi laberinto mental. ¿Mentalista? Indago los bordes y linderos del cretinismo nacional mexicano, impelo al cretino nacional mexicano como tipo social de nuestra incondición postmoderna, de nuestro ímpetu neoliberalista. Desde la anacronía esperpéntica de la hoja de papel cabalgo los soporíferos trances del auge libresco, de la página impresa: no tengo libros personales impresos, tengo un montón de escritos sin editar. Movilizado por los pensamientos síncopa de mi teatralidad escueta, de mi ramplonismo lingüístico, de mi esquemática retóricidad anglofílica, estoy aquí, en esta fase posterior al auge tecnológico, y respiro, camino, veo, me extravío en las sombras de luz que proyectan infinitos micro cosmos. Andante, embalsamo los torrentes sanguíneos del azar, que me impelen a conferir asuntos innecesarios a sentencias imposibles. Aquí espero un atardecer de otoño para morir, mientras denuncian mis crímenes en el ágora global.
“En absoluto” respondió; “pero, sea lo que sea, es seguro que quiere ser severo con nosotras, y la mejor forma de decepcionarlo será no preguntarle nada”.
siglo XIX
Digitalidad y conservadurismo
La lógica de la saturación explícita en el actuar digital permite una actitud que promulga un ethos conservadurista y una actualidad distemporánea actualizada ad infinitud. La historicidad que implica el acto de conservar amplía sus horizontes de acción en el conjunto institucional de entidades que promueven el acto de preservación del pasado. Pero la lógica conservadurista no se remite exclusivamente a los hechos humanos, incluye los escenarios peligrosos de los ecosistemas, la disfuncionalidad criminal, las conductas monetarias, los registros cósmicos, etcétera. Es difícil discernir entre lo nuevo y lo viejo en un universo simbólico plagado de referencias a un antes -actitud retro- sacralizado y a un hoy -presentismo- obsoleto con un mañana -futurismo- dudoso. En ese sentido, la digitalidad y sus expresiones convulsionan el rango expresivo humano y asisten a la conservación de un registro, antropocéntricamente hablando, que queda expuesto en longitudes diacrónicas insospechadas e inaccesibles, por una parte, y en una especie de refrigeración cultural, por otra, como una actitud neo y ultra tradicionalista.
Si la digitalidad incluye una formulación de apertura que disloca la realidad materialista, también conduce a callejones sin salida extremosos. La era digitalista, anacrónicamente hablando, no puede disociarse del neoliberalismo y la tecnocracia, pero, tampoco es posible asumirla como una era posthistórica sine qua non es posible argüir una neometafísica de la finitud humana de dimensiones inabarcables, replanteando el ancho y longevo problema de la infinitud y de lo eterno. Si la digitalidad funciona como argamasa constructiva de una globalidad multimillonariamenete poblada, queda deshecha cualquier vía particularista en vías de una homogeneización fragmentaria y rudimentaria de un estilo de vida homologado y franco en términos de la tecnificación cotidiana y del internet way of life. No es exclusivamente la revolución comunicativa la que está presente, sino también la inmensa pragmatización y aplicación de las teorías de la saturación de la oferta, de donde el mercado, denominado global, ofrece una gama ampliada de la experiencia humana que termina traduciéndose en actos de digitalización. Si está en internet existe, de donde el valor ontológico dentro de la neometafísica digitalista promueve a un patronazgo semántico-dialéctal de la vida, en términos de la inconmensurabilidad del medio y de la hiperdiversificación del mensaje.
Distemporaneidades
El diálogo sostenido entre tiempo y realidad oscila, navegante de una multitud de sentidos, en un océano de interpretaciones. Nos extraviamos de pronto en una ola de significados, porque el silencio no existe más, aunque en la totalidad de las voces presentes haya registros inexistentes. Y caemos, lento, en un marasmo de obras, de pensamientos, de autores, de sistemas y códigos. Un torbellino de existencias arremete contra el tiempo, saturada realidad de muchedumbres y de alientos que circundan los fosos de la expresividad. ¿Por qué no incitamos un eco de otredades múltiples sino que nos perdemos en el designio y tortura de una simple y unívoca seña? El tiempo, su maquinaria cultural, sus acertijos, nos devastan. La pesadilla malthusiana vuelta realidad es un almacén de palabras, de imágenes, de subjetividades. Nosotros conquistamos los espacios, las lindes precisas de una elección definida, a veces arbitraria, a veces selectiva.
No existe entonces el pasado ni el presente ni el futuro, sino que habitamos distemporaneidades polihédricas, multifacéticas, pluridimensionales, en un tejido de luz y de contrastes, abismal, imperecedero, voraz. Porque nutrimos el tejido vivo de la digitalidad y sus facetas, pero también volcamos nuestra persona, nuestro ser en el mundo, desde una presencia que se convierte en diálogo o perece en la marginalidad del soliloquio. Con el esmero ortográfico de la gramática de la existencia global, podemos saber qué pasa en Hong Kong o indagar el clima en Australia o enterarnos de las informaciones de las dictaduras en Argentina y Chile o simplemente escuchar a un afroamericano rapear. Y la diversidad incluye tener acceso al pensamiento presocrático o al milenarismo chino y al mismo tiempo poder leer el último artículo del columnista del New York Times. Todo además se convierte en un aposento orgiástico, la orgía de lo humano, culturalmente traducido en actos de habla. Todo es comunicación, pero lo distemporáneo se asemeja a un enjambre de nudos y listones, que conforman una urdimbre donde lo presente es inaccesible y lo pasado se subdivide en tendencias y mitos, en arqueologías disímbolas por la proliferación subjetivista.
Aquí estamos, a veces extraviados, a veces satisfechos, a veces en busca de un incentivo que nos expurgue el aburrimiento o nos ofrezca un arte o un culto o un mito para saborear el atardecer o un libro o una película o una obra teatral o simplemente la sonrisa del objeto del deseo, de la mujer o el hombre amado. Y todo es sin tiempo porque todo es una exterioridad y el interior se convierte en una fábrica simbólica de arrecifes de significados. Y moriremos, también.
Maruchanismo intelectual y cultura inmediatista
Importa poco realmente el criterio que pueda construir respecto a la sociedad de la información y sus dimensiones. La inabarcabilidad del presente humano abigarra los rincones por donde pueda ejercerse una crítica que no derive en una doxa baladí y ramplona. Como el vericueto de la deep web o peor aún los icebergs informáticos, las modas, las tendencias, desde una horizontal verticalidad cada vez más arraigada, en las prácticas violentas y el falso empoderamiento de las minorías, el presente, que para mí es ya por muchas razones una distemporanéidad, refleja las esquirlas nucleares y colectivas de los conglomerados humanos aptos para la falacia de la sobrevivencia. No es tan sólo la carencia de una planificación inclusiva, por parte de los comandantes políticos globales, es también la negación, en los hechos, de las múltiples agendas globalizantes, desde la ONU y otras instituciones, que derriban en su cisma paradigmas del siglo XX que deberían haberse erradicado pero que se han radicalizado: la pobreza, el analfabetismo, la crisis de salud, la violencia de género. Y todos podemos opinar, todos tenemos algo que decir, pero lo decimos para olvidarlo, para dejar huella en el foro global, no en nuestro actuar cotidiano. Y en esa espiral de modas, de tendencias y paradigmas, vigentes a la reapropiación de los clichés en una retorización reinterpretativa a partir del anything goes y del retro motive, no hay capacidad de avanzar, de recorrer caminos, de incidir en la transformación humana.
Las sopas maruchan están prefabricadas, listas para agregar agua caliente y comer. El maruchanismo intelectual, esa especie de inteligencia basura, de acuerdo tácito a partir del gusto y la moda vigente, de las tendencias, el famoso trending, incluye una mutilación simbólica del capital cultural en todas partes. Y lo implica por una fractura de la diversidad, no en su expresión, sino en su composición. En pocas palabras es hablemos todos de lo mismo, aunque opinemos diferente. No es entonces tampoco la consagración a un foro y público, no es entonces la significación estructural de las ideas o la impronta por plasmar novedades. No es, lo sabemos, la modernidad industrial. Y debemos informarnos y procurar tener un criterio que para como está la vida en este tiempo es en pro de la humanidad extensiva a una cuidadosa tarea vital o en pro de la barbarie capitalista postneoliberal globalizante. Divago entonces, pero esto del maruchanismo intelectual, extensivo a la cultura, las artes, la educación, deviene del programa económico neoliberal como un mecanismo de presionar los influjos pensantes: o te amoldas, aunque seas marginal, o te desechamos. No hay espacio para la construcción de grandes debates, como dijeron en 1999 con El final de los grandes proyectos, pero tampoco hay espacio ni tiempo para la configuración espaciada del ser y sus rincones. Entonces las esquirlas son de tradiciones, de ideas, de interpretaciones, pero que se ramifican en prácticas podridas. Esquirlas de algo que fue, dicen algunos, la posthistoria. Es un atomismo individualista, una nuclearidad egopática: ¿Quién eres? ¿Qué has hecho? ¿Cuánto has ganado? ¿Cuáles son tus credenciales? Maruchanismo intelectual porque agregando al o los autores de moda, porque insertándose en la agenda (multinacional, global, nacional, regional), porque actuando de acuerdo a principios de idolatría de personalidades (y de absurdos cinturones ideológico-culturales), se puede acceder a la mitopoiética instancia de ser alguien en la digitalidad postglobalizada. Solo agregué agua caliente (o ideas calientes, o instituciones calientes, o porno caliente, o algo caliente del momento) y vea acrecentar la forma expansiva de su nombre en el mundo.
Distemporaneidad, solipsismo y enquiste cultural
Me comentan lo hermético que puede ser mi intento por reflexionar. En sí es también un acto improvisado. Escribo y pienso desde lindes que rozan el abismo digital. Algunos dirán que se trata de una postura indie frente a la creación literaria. Es también la reminiscencia del fin de las ideologías y el sincretismo abismado de una versión postmodernista del ser. También es una contra cultura del trauma de la modernidad: fracaso de la historia, no su fin como lo dijera Fukuyama, triunfo del materialismo —cultural y monetario—, vivencia de un pathos inservible, de unicel, desechable. No es entonces gratuito intuir la ausencia de ritos de paso en mi vida, mi existir como un indigente de la cultura y el pensamiento. Escribo entonces, pero pienso también, que me devano los sesos contra el espejismo de una identidad fragmenta: fragmentación de soplar lecturas e hilvanar los silencios de tradiciones también fracasadas.
Dentro de la distemporaneidad, o esa hyper fragmentación del tiempo, no es sólo la capacidad solipsista, o la ausencia de diálogo, no es sólo el monólogo o la tendencia a cifrar la experiencia del pensamiento, del actuar del hacer con el lenguaje, sino es más bien la infértil traducción del ser mutilado. Destiempo, cifrase monumental del anything goes, postmodernidad anquilosada, transitoriedad reflexiva del silencio, del ruido, del andar prófugo por las laberintos de otras cronologías. Al final no es tampoco el mérito de un racionalismo ortodoxo o de una racionalidad vigente. Es más bien el producto de una podredumbre intelectual. En todo caso se trata del medio instantáneo de confeccionar los accidentes del absurdo. El el distemporáneo instante promulgamos la existencia fútil de enclenques sistemas paradigmáticos de observación de la realidad. Podría muy bien emprender una epistemología del arrinconamiento ideológico, pero no desisto de la reproducción social. Y en clave transgeneracional aumento los espectros de autores, de obras, de mecanismos propios de acercamiento al universo españolizado de la humanidad.
Carecer de tiento y de métrica, explotar los pasajes torcidos que van de la poética a la historiografía, de la narrativa en su dimensión realista y ficcional, es un ejercicio que denota los axiomas propios de una enquistada fórmula de aprehender la composición eidética del sentido y del estar inserto en el micro cosmos humano. Tal micro cosmos, quebrado de su ontología naturalista y proclive a una metafísica metaficcionalizada postmaterialista, es también la oportunidad de acometer empresas matlshusianamente disímiles del signíco enunciado referencialmente construido respecto a la muchedumbre pornonarcotecnodemocrata. Podría simplificarlo todo a la interpretación, mutilante, del individualismo neoliberal. Neoliberalmente no es la libertad o el espacio y territorio de una geografía longitudinalmente intelectualista lo que arroba los instintos de la indigencia cultural. Todo es un presente roto, un sistema roto, un imagen rota, un psiquismo roto, una modernidad rota, traumatizante y traumadora del ser: egoísta y colectivamente fragmentación de lo uno y de lo diverso.
Del relativismo del tiempo humano
El problema de lo posthistórico ¿pasa por la reflexión acerca de la naturaleza del tiempo? La denominación contemporáneo abarca entonces una presente unitario y diverso al tiempo, pero su especificidad remite a una condición ontológica del tiempo que prevalece como compostura propia de un estado aprehensivo concreto. Es decir que el tiempo contemporáneo es el tiempo compartido, no así el tiempo relativizado. Este tendría que ser más bien distemporáneo. Habría entonces una dialéctica contemporáneo-distemporáneo-transtemporáneo. La síntesis transtemporánea implicaría reconceptulizar los posthistórcio y redefinir lo historizante, modificando la teleología relativista, postmoderna, por una teleología transtemporalizada, de naturaleza rehistorizante.
La falsificación globalista de los grandes sectores intelectuales de un presente cada vez más ancho, amplia e inabarcable, es también parte del espejismo transitivo de los siglos, donde la realidad se ficcionalizó y la ficcionalidad se hiperealizó. En la lógica trascendental de los opuestos binarios, también el fin de la historia es una atomización particulariza traspolada al arte, a la modernidad, a la teoría social, a la filosofía, a la consciencia humana, extensible, según opino, al proceso civilizatorio tout court.
Lo distemporáneo remitiría, así, a la hiperfragmentación subjetivista, donde la dualidad cualidad y cantidad representa la potencia vocal, en términos de voz, del proceso comunicativo. El presente postinternético responde, de igual forma, a una radicalidad de la desigualdad en todas sus facetas.
Fárrago lumpenletrado
Acaso de existir los cánones literarios se trataría de una antigua, prolífica y ancestral data de registros alfabéticos que según épocas, temas y formas discursivas lograría amalgamar lo que puede y merece ser “creado”. La alta literatura no podría prescindir del conocimiento profundo de las tradiciones literarias. Los grandes maestros de la literatura lo son porque conocen dichas tradiciones. Borges si mal no recuerdo decía que no hay nada nuevo bajo el sol. Si no hay nada nuevo bajo el sol ¿para que conocer causalmente los precedentes de un género tal o de un tópico tal o de una tradición tal? Rescatando entonces lo propio de un pobreza alfabética, de una pobreza del conocimiento de canon cualquiera, el lumpenletrado inventa, produce, crea. Se mueve en el territorio de la distemporaneidad: lo destemporalizado. No es tampoco una innovación léxica lo propio de la lumpenletrades.
Se trata de fárrago inservible, sí, como una distorsión abismada, tendenciosamente infantil, naif, incluso. Y se trata también de la interpretación anacrónica del ego, de la desproporción rotunda que surca lo inférfitl de los márgenes neologistas. Fárrago en una postura de asco mental por la pulcritud y la distinción reticulada del ser y de la realidad. Profundo hartazgo inverosímil.
Cuando destaca la manía por encima de la voluntad se explora ciertamente una fabricación petulante, ignorante, disforme, colapsada. El fárrago lumpenletrado es una forma cíclica de intentar acceder a un mercado de bienes literarios desde la miopía obtusa del desconocimiento de canon alguno.
Y ahí está la famosa querella entre antiguos y modernos: ¿valen más los clásicos que los del presente? Por ello la alternativa lumpenletrada es la distemporaneidad, un destiempo, una síncopa. Mutilación siempre, para no alcanzar cúpulas artificiosas, para interrogar desde la efervescencia de un perfil caduco, saturante de autobiografía, indómito de revisionismos a medias.
No es una estratificación marxista de la creación literaria la que induce a incurrir en esta tipología. Es más bien la frustrante imagen de una existencia letrada raquítica, en ascenso, dudosa. Entre los años que pueden remontarse a las pulsiones del fracaso psicoanalítico clásico, lo lumpenletrado induce a considerar que no hay más que participación social o capitalismo alfabético. Lo alfabetizante es más proporcional a esa pobreza del conocimiento canónico, como la cicatriz esteril de un profunda emblemática sonora, la de la clave de sol y la rítmica cuadrada.
Farragoso entonces es también el escrutinio de los intentos por ahondar en diálogos que mutilan el ímpetu creador, pero que también lo posibilitan, contradictoriamente. Al final de la jornada lo único que resulta de lo lumpenletrado es una intraducibilidad absorta, desvencijada, rotunda como vestido rasgado en un picnic. Y el fárrago responde a lo innecesario de la no comunicatibilidad del ser.
Todo en clave sapiencial, todo initeligible, todo expresado en esa pobreza del mal pensar, del torcido pensar, de una racionalidad carente, insalubre, patética. Al final no se ganan lectores se pierden lecturas.
Autodesclasamiento
La sociopatía, la sociofobia, la acracia, en una nulidad racional permiten distinguir comportamientos más bien contrarios, de subjetividades colectivas, comunidades, círculos y esferas donde la ocurrencia de los hechos librarios responde a una materialidad en circulación.Desclsamiento distemporáneo, el mismo estilo en su circunscripción a aun especialidad derruida y poco fiable? Desclasamiento socioafectivo como una rampa torrencial de millones incontables de formas expansivas. Cuando leemos a Habermas, lo hacemos a través de España y sus ediciones. Cuando leemos en otro sentido a Dilthey lo hacemos mediante traducciones mexicanas, por ejemplo. La importancia del establecimiento de un grafolecto mexicano ¿parte de esa distemporaneidad? ¿De ese destiempo? ¿Contratiempo? ¿Descontemporaneizador? Un presente donde no hay tiempo ni computación proclive a una dotación exhaustiva mediante el uso de sistemas catalográficos mundiales, nacionales, regionales, entre otros. Hermenéutica, antropología y literatura: ¿pueden relacionarse?
Socioimágenes
Los libros cómo objetos de valor simbólico, lingüístico, histórico, social, económico, entre otros, son lo suficientemente amplios, en ciertos casos también accesibles en formatos digitales, con como para conseguir mostrar no exclusivamente un ambiente cultural, eidético e ideológico, social y mercantil, sino para hacer investigación histórica conceptual, económica, social, de los intercambios y de los tipos de bienes de consumo en una organización monárquica burocratizada como lo fue la sociedad borbónica del siglo XVIII. ¿Qué decir del hecho «ilustrado» cuando el siglo presencio el cambio de estilos que van de Boileau a Lessing, de Swift a Burke, de Vico a Pestalozzi, de Sor Juana a Lizardi?
¿Naciones y nacionalismos? indicadores de una cronología falaz por repentina y de poco fiar. Pero realmente se puede apartar de un hecho bibliófilo. La conformación del destiempo trasciende el reciclaje monumental: una diagonalidad con tramos de informaciones en un intento de establecer una infoteca personal. Lo distemporáneo como lo actualizadle, un tiempo distinto, una órbita de actos divergentes, un sociofluir que enmarca las directrices de pueblos, tiempos, espacios, objetos, mercancías, esferas de circulación y un largo etcétera de instancias. Desclasarse es una forma de asumir elaboraciones expandidas, con una concepción del espacio-tiempo y, dentro de ese marco, una interrelación de redes, estructuras y hechos. Desclasarse no es un recurso resistente, es, más bien, un recurso inscriptibo. Desclasificación en su máxima expresión.
Intertextualidades soporíferas
Descampar el desasosiego, en otras palabras, desendicar la razón, quitar ciertos diques interpretativos y dejar otros. Cuando una apuntala elementos que pueden ser productivos interpretativamente, como el discutir el análisis conceptual, repasar aspectos disciplinares básicos para la educación superior, aglomerar un conjunto de formas de saber textual, entre otras elaboraciones, es posible ubicar nuestra educación alfabética, nuestras restricciones interpretativas y nuestros límites disciplinares. ¿Qué ocurre con el alfabetismo nacional? Descampar o la tabula rasa ¿nos ayudarían a desclasificar el intento de reclasificación? La singularidad inter-discursiva en su modalidad inter-textual asume una distinción inoperante, la idea de originalidad y la separación entre disciplinas. En nuestro presente ¿estamos frente a otra episteme? Tal vez la del «hommo postinterneticus». Dos décadas son suficientes para ver crecer otra generación, aunque tal vez tres sean un lapso suficiente para el modelo completo. Episteme postinternética, digitalizada, el soporte que nos permite acceder a una multiplicidad de redes conectivas y en conexión.
SI pensamos en una episteme postmoderna ¿nos enlazamos a un atradicionalismo? Por supuesto que no. La postmodernidad como hecho histórico pasó y tuvo sus formas de conocimiento, elaboraciones narrativas y tendencias de análisis. La no episteme postmoderna se conjugaba con el rol crítico de la ciencia por encima del rol ideológico de los meta-relatos. Pero Lyotard es de 1979. En su análisis hacia la posthistoria, sin olvidar a Fukuyama, existieron todo un conjunto de prácticas intelectuales, modelos académicos, ideologías, alcances televisados. Si se re-edita El discurso filosófico de la modernidad de Habermas, el punto de quiebre debe ser En el interior del capital de Sloterdijk de 2007, en reedición también. Pero si averiguamos en la distemporaneaidad es demasiado difusa la contemplación. todo está siendo disgregado, selectivo y aglutinador, al mismo tiempo.
Pantallismo
Estamos en una época donde lo escrito pasa por la pantalla, bajo una proliferación de objetos textuales, de discurso escrito. Vivimos en la hyper textualidad, en la paleotextualidad, en la textualidad y el discurso escrito. La diversidad alfabética interesa para nutrir el hecho de un artefacto, una invención, que modificó las capacidades humanas. Es, me atrevo a decir, la primera actividad virtual del ser humano, la traducción a escritura de representaciones, sonidos, símbolos, signos, iconos, entre otras expresiones. Y esta textualidad se presenta mediada por las pantallas. Vivimos, exagerando el análisis de Subirats, en una época donde el pantallismo define nuestras interacciones escritas.
La tecnificación de la vida humana mediante el pantallismo diverso (celulares, tablets, computadoras, televisiones, kindles, lectores de libros, entre otros) no es más que una hecho sociocumincativo derivado de la ciencia neoliberal de finales del siglo XX. La episteme postmoderna no es más que una más dentro de las modalidades del conocimiento en nuestro presente. Su rechazo o aceptación dependerá también del mayor o menor conocimiento de las tradiciones académicas e intelectuales en todo el universo global. Sin duda, el alfabetismo traspasa la lógica fonética, evidencia una realización cultural urbana de registro (comercial, jurídico, sociohistórico) pero también conecta con un tipo de devenirEscrito. Los silabarios alfabéticos (hebreo y árabe) nos remiten al desarrollo alfabético a partir del año 3500 a. de C., transitando al hebraico y árabe, al griego y romano, al línea B y de ahí a las lenguas romances, sin contar el alfabeto cirílico, el alfabeto alemán y el alfabeto inglés, entre otros. En el decurso de las lenguas romances la Gramática de Nebrija de 1492 define un idioma castellano imperial. Para el siglo XVII tenemos un grafolecto hispánico condimentado por la Historia de España del padre Jesuita Mariana, donde la conquista de este grafolecto fue emprendida en América por Sor Juana Inés de la Cruz, Carlos de Sigüenza y Góngora, el obispo Juan de Palafox y Mendoza, el padre Eusebio Kino el padre Agustín de Vetancourt con su Teatro mexicano, además de Juan Ruiz de Alarcón. Dentro del siglo XVIII el grafolecto hispano-mexicano fue cultivado por José Eguira y Eguren, Francisco Xavier Clavijero, Villaseñor y Sánchez, Alzate y Bartolache, Cancelada, Lorenzana (cuando reedita la Cartas de relación de Hernán Cortés), Alegre, Veytia, Soto y Gama, entre otros. El desarrollo del grafolecto hispano-mexicano en el siglo XIX pasa por la controversia respecto a la escritura de ‘Mexico’ o ‘mejico’, con ‘j’ o con ‘x’ en donde la fundación de la Academia Mexicana de la Lengua es primordial. En el siglo XIX Lucas Alemán y la historiografía conservadora se inclinaran por escribir ‘Méjico’ mientras los liberales escribirán ‘México’. La hispanofobia liberalismo mexicana, con fray Servando Teresa de Mier a la cabeza, fue acorralando las expresiones del significado negativo de ‘España’ en México, cuando en la península no se reconoció la independencia mexicana hasta 1836. El significado de lo españos varía a partir de 1898, pero en México estamos seguros que para 1910 había vestigios hispanistas sólidos en los miembros del Ateneo de la juventud (Vasconcelos, Reyes, Caso, entre otros), pero además de la mano de la estancia y labor de intelectuales como el dominicano Pedro Henríquez Ureña, el español Rafael Altamira, el uruguayo José Enrique Rodó, en donde surge el constructo de la hispanidad. Pero para las primeras décadas del siglo XX hay que poner en el horizonte a la escuela lingüística de Praga, con el desarrollo del estructuralismo (ruso, eslavo, francés, suizo, español, alemán, neerlandés, inglés) y una nueva lógica en la composición eidética, sociointelectual y cultural mundial.
Desclasamiento/Desocialización/Desdemocratización/Desindividuación
El desclasamiento remite a una desclasificación, un desclasificar los hechos. El tema de lo escrito hispano-mexicano remite a la elaboración del México imaginario de Bonfil Batalla, a la «cultura letrada» que varios autores reconoce como originaria de las relaciones culturales, sociales, económicas e ideológicas del México nacional. Pero este México imaginario es también hispanófobo, es contraria a loas «gachupines», es anti-español. Sin embargo, el liberalismo del siglo XIX no deja lugar a dudas de que en el grafolecto hispano-mexicano, la existencia de ausencias historiográficas es suplible por los lugares comunes.
Para 1898 se constituye un nuevo imaginario de España, una nueva realización (lexicográfica, geográfica, lingüística, política, cultural, económica) de lo español, al tiempo que surge el ‘hispanoamericanismo’ y se crea el concepto de hispanidad. En este intervalo hay Congresos Internacionales, reuniones, actos protocolarios, intercambios instituidos y todo un séquito de actividades que dan fisonomía a ls relaciones entre España como nación y sus antiguos virreinatos: Colombia, Argentina, Chile, México, Perú, Cuba, entre otros.
En 1910 se celebra el centenario de la «independencia mexicana» aunque se traté de una celebración inserta en un autoritarismo porfiriano. No obstante, los personajes del momento (Justo Sierra, Ives Limantour, Rabasa, y los revolucionarios Azuela, Yañez, entre otros) dan cuenta de las distintas intencionalidades en la construcción de un discurso escrito mexicano. El desclasamiento importa por que expande las lindes de las disciplinas, en este caso de la hermenéutica, la antropología y la literatura, mostrando distinciones étnicas en la construcción de los discursos escritos, diferencias no muchas veces advertidas. Esto nos lleva a la desocialización o la nulidad comunicativa, el hecho de no compartir los escuetos trazos de investigaciones, indagaciones y vestigios de un otrora tiempo-espacio colonial imperial. España en 1810 era algo muy distinto en su referencia geográfica al territorio castellano, peninsular y europeo, pues abarcaba una fuerte porción territorial Americana. LA descocialización nos induce a incrustarnos en una materialidad electrodigital, en la búsqueda de una paleotextualidad, una textualidad antigua, donde el paleotexto, el texto antiguo, debe ser descifrado, estabilizado y analizado. Por ello desdemocratizar implica romper los sesgos elitistas de la cultura para dar cuenta de las asociaciones colectivas y de las intencionalidades individuales, muy bien representadas por los artefactos librarios, escritos e intelectuales. Pero en la afirmación se encuentra la negación, desclasar es algo posterior a haber pertenecido a una clase, quitar lo clasistas en posterior a ser parte de la urdimbre social. Desocializar es haber socializado, haber compartido, haber sido parte de lo común y lo colectivo, pero en el punto de ruptura la desocialización conduce a una secrecía, a una interiorización particular. Y el desdemocratismo impele a un principio de autoridad, a una elección autoritaria, a una principio de no representatividad sino de ejemplaridad. Por ello des individualizar es también romper la lógica de lo atómico e inscribirse en la lógica de lo conjunto, en paradoja con lo social y lo democrático, que irrumpen como formas colectivas, mientras que la desinvidiuación genera lógicasaislantes, sociales y anónimas.
La infoteca global, el «hommo postinerneticus» y la electrodigitalidad
Vivimos en el pantallismo y también en una especie de ambiente mediatizado por interfases. El hyper texto en algunos casos es paleotexto o texto antiguo. La democratización del conocimiento conduce al conocimiento de fuentes antiguas que otrora fueron modernas. ¿Cuál es el papel de la historiografía en estos acercamientos? La escritura responde como hecho cultural, como instrumento, como huella.
Definir lo escrito pasa por estas maneras de establecer su significado:
Sampson (1997): “comunicar ideas relativamente específicas por medio de marcas permanentes y visibles” (p. 37)
Cardona (1999): “Se tendrá escritura cuando se esté frente al uso de un sistema de signos gráficos” (p. 25) Su “esfera […] es la producción y el uso de sistemas gráficos con fines comunicativos” (p. 24)
Ong (2002): “un sistema codificado de signos visibles por medio del cual un escritor podría determinar las palabras exactas que el lector generaría a partir de un texto” (p. 87)
Tusón (1997): “la escritura es una técnica específica para fijar la actividad verbal mediante el uso de signos gráficos que representan, ya sea icónica o bien convencionalmente, la producción lingüística y que se realizan sobre la superficie de un material de características aptas para conseguir la finalidad básica de esta actividad, que es dotar al mensaje de un cierrto grado de durabilidad” (p. 16)
Por ello podemos remitir al hecho de que lo escrito (nominal y no-nomial) refiere a una condensación de otredades materiales que quedan registradas en lo electrodigital. Lo electrodigital es pues una metafísica textual, internéticamente accesible, multifocal, multinacional y multiregional, que conmina a la elaboración de proyectos culturales múltiples.
Desmodernidad autoinducida
La compleja trama de las modernidades históricas me inducen a la creencia de una desmodernidad propia, es decir, una especie de negatividad de lo nuevo en la que no puedo encontrar nada salvo intuiciones sobre tradiciones y formas elaboradas en el tiempo. Lo que quiero establecer y dejar claro no es la querella entre postmodernistas y antipostmodernistas sino la dificultad personal para asumir lo innovado como el único valor para lo auténtico. Pero tampoco se trata de que la innovación remita a la originalidad. En esa medida igualmente no es lo nuevo o lo no existente la cualidad propia de este perfil mío. La desmodernidad me remite a un anclaje que trasciende el simbolismo del post abriendo camino a una recolocación de lo previo y lo precedente. Entonces deambulo por mi idea también de lo distemporáneo, es decir, lo destemporal y en ese punto no hay más que la existencia de huellas y vestigios de otras edades que son accesibles en nuestro presente.
La gran ágora de la web me induce en este intento desmodernizatorio a la confluencia entre la más alta novedad tecnológica y el más sincero estímulo de lo histórico, no sólo respecto a la posthistoria elaborada por Sloterdijk sino, sobre todo, respecto a esta dislocación del tiempo en donde se puede encontrar cualquier clase de elemento cultural que no corresponde a un presente o a un tiempo linealmente elaborado. Por eso mi desmodernidad es también el trauma —psíquico y afectivo— de crecer en un mundo donde el cambio es permanente. De ahí entonces que me desmodernizo, me envuelvo en la típica querella entre lo pre-existente y lo posterior del torrente humano, para intuir un etos cargado de costumbrismo académico. Pero en mis intentos por esta desrealidad o desmodernidad autoinducida no hay espacio para una crítica pura ni para una metafísica divergente a la internética. En esa medida, la internet y la web representan el terreno, la ágora, donde lo posible es inabarcable y lo imposible es impredecible. Asimismo, en la seriedad del fracaso por interiorizar la episteme clásica y la episteme moderna el universo simbólico que construyo resta significado a los intentos por desacralizar y desmonumentalizar el patos individual. Los lazos comunicativos tampoco son fiables y en cambio me endilgo una intencionalidad que no surca los linderos del destino y el amor fatí sino sus extrapolaciones más rudimentarias. Sí, se trata de un problema teológico que deviene en una aprehensión trascendental y en una mitología personalizada a partir de la memoria, la evasión, el desconocimiento y la doxología propia. En ese umbral de criticismo dudoso los axiomas de mis instancias intelectuales, culturales, sociales, filosóficas entre otras, responden más a mi alfabetocentrismo, a mía centralidad escrita, a mi literatocentralidad respecto a la compleja urdimbre de elaboraciones y culturas en sus registros mediante sistemas gráficos. Así, lo que resta en este inverosímil relato y esta narrativa desquiciante no es otra cosa que el intento deconstructivista aunque sin una fiabilidad de certidumbre ni respecto a una condicionante intra religiosa. Por ello, mi desmodernidad autoinducida representa un esfuerzo menos de propagación y comprensión que de descriptividad interior frente a una longeva e imposible resolución disciplinaria que puede muy bien anclarse en el trabajo del tiempo y su dislocación, como dije, la distemporaneidad, frente a una contemporaneidad que ya no abarca otra cosa más que su negación histórica y su posthistoricismo.
Distemporaneidad, subjetivismo y teleología
La poshistoria eventualmente anula la historicidad o al menos estrecha sus nexos extrínsecos con el hacer humano. Una inmensa sincronicidad avasalla los instantes en los cuales nos colocamos como observadores del devenir del tiempo. Pero si nos ubicamos como sujetos sociales y no exclusivamente como átomos individuales lo distemporáneo se fragua como amalgama de las condiciones postmodernas históricas. Aunque la postmodernidad niegue lo histórico siguen existiendo elementos de historicidad pero ahora movilizados en una diáspora heterogénea, hípersemántica, en un movimiento que consta de grupos, colectividades, pero igual de átomos individuales. Entonces lo distemporáneo es como el relativismo humano heterogéneo y polifacético, que no se ancla más en los meta-relatos de la nación, el género, la religión, sino que indaga y explora micro-relatos identitarios. Y si la teleología como las causas finales representa una fachada axiológica (a partir de causas y movimientos sociales metanarrativos como la libertada, la emancipación, la nación, la felicidad, entre otros) que ahora se ha diluido en el trance a la época xerox de reproducción ad infinitum.
Ya no existe una teleología unívoca, eso nos lo dejó en claro lo postmoderno, pero en la multiplicidad de los eventos, las agrupaciones, los ideales, la postmodernización del tiempo, eso que es parte de lo distemporáneo, comulga con una serie de agendas multinacionales y establece, así, otras formas teleoloógicas. En el péndulo que oscila del sin sentido del suicidio al compromiso con micro causas sociales, lo distemporáneo permite el aglutinamiento de seres, ideas, expresiones, personas. Sin regirse por un exclusivo principio de autoridad, la sociedad distemporánea evoca un jarrón hecho esquirlas, el jarrón de la modernidad, que se ha caído del pedestal de la unicidad y que ha fragmentado multifacéticamente la totalidad de la experiencia humana. El ser distemporáneo social aboga por una multiplicación de lo sorprendente y lo micro narrativo que puede volverse viral, hasta el absurdo y el cansancio. Ahí es donde el atomismo social, individualista, consagra a lo distemporáneo una fenomenología de lo cultural. Entonces las teleologías imperantes desde instituciones trasnacionales configuran asideros desde los cuales la distemporáneidad se practica y ejecuta. Agendas individuales, agendas globales, agendas regionales, agendas locales, agendas nacionales, una multitud de teleologías sacuden el ser del tiempo histórico distemporáneo, conceptualización histórica de lo distópico, de la desestructuración social, de la deconstrucción, de la destotalización.
Las agendas teleological remiten a puntos hito en el devenir de los acuerdos internacionales, pero la viralidad de eventos culturales, fenómenos naturales, catástrofes sociales, entre otros fenómenos, da cuenta de cómo frente a esas teleologías (impuestas por la ONU, la UNESCO, el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, la Organización Mundial de la Salud, entre otras) la concreción y realización de sus programas no representa más que una condición postmoderna en la postmodernidad, una opción más dentro de las opciones posibles de su realidad. Por ello, el sujeto partícipe de lo distemporáneo abarca e incide en ámbitos absolutamente antagónicos y concreta así todas las dimensiones de la contradicción lógica que pueden fraguarse entre un pendular movimiento oscilante del capitalismo más exacerbado y contumaz a un anticapitalismo esclerótico y aislante. Pero en sí, el problema del sujeto distemporáneo no se reduce a los antagonismos maniqueos sino que se permea por las confluencias disímbolas y divergentes entre experiencias vitales, sociales, identitarias y culturales polihédricas, multifacéticas, multiculturales, políglotas. Así, las restricciones subjetivas son oportunidades de solidificación identitaria, la pluralidad cultural es un modelo constructivo de sociedad, frente a los fundamentalismos, los anquilosamiento retro modernos, la espasmódica hechura de nuevos totalitarismos.
Los filos del tiempo
Desde la postura de Sloterdijk vivimos una edad poshistórica. ¿Eso anula los estudios históricos? Creo, personalmente, vivimos a través de la metafísica internética una edad distemporánea. La condición distemporánea no es nueva, pero se ha exacerbado gracias a la metafísica internética. Más allá de los hitos cronológicos culturales humanos, en cierto caso los euroasiaticoamericanos, la datística distemporánea nos permite comprender el conocimiento profundo y cierto de cúmulos culturales que atraviesan los tiempos. Por eso vivimos en un destiempo —algunos dirían una distopía temporal— porque finalmente es posible acceder, más allá de la visión causal, a esta serie de materiales culturales. En esa medida, cuando en el siglo XX se estudiaba la edad medida, la antigüedad, se construía parte de ese espíritu distemporáneo, que no es otra cosa que la pugna contra la actualidad de las cosas, el rescate fiable y cierto de otros tiempos y no exclusivamente el presente. Historiográficamente es importante esto porque el ser humano no ha dejado de construir y crear cultura, pero bajo el signo de los tiempos de la modernidad, lo innovado prima. En ese tenor parece anacrónico estudiar la Edad Media en el siglo XX, o estudiar la ilustración en el siglo XXI, o estudiar al Corpus Juris Canonici en pleno edad internética. Pero eso es el destiempo, una búsqueda anti-innovada o al menos contra las modas y los modismos, contra la última vanguardia de las modernidades. En sí, se trata, en la condición distemporánea, de todas las posibilidades que la metafísica internética permite, como dislocación de las causalidades y las cronologías, como acceso posible a un cúmulo de tiempos infinito a través de la cultura. Cosa distinta es el tradicionalismo y las tradiciones, en tanto representan un conjunto de saberes acreditables en términos de legitimidad académica o institucional, pero que no necesariamente advierten las condiciones de modernidad en los hechos y la cultura. En todo caso, con la condición distemporánea lo que queda evidente es la no-unicidad de las modernidades, es decir, más allá de los modismos y las modas, la recursividad expande los hechos y convierte en actual prácticamente cualquier cosa. Eso no niega el valor de la historiografía, la crítica textual y el conocimiento de los cánones tradicionales en términos disciplinares, pero eso sí, amplía la dimensión que trastoca un presentimos actualízante a una historicidad ampliada, profunda y fértil. Porque desde el giro poshistórico tampoco es dable la negación del tiempo y las cronologías humanas, en sí movidas y dislocadas a través de una desunidad de tiempo, una distemporaneidad, como eje vertebrador de los hechos culturales. En esa medida, el destiempo no es signo de un anacronismo ni de una teleología unívoca, porque al final la teleología del ethos internético es la novedad, la moda, la tendencia, pero en el humus de las modas trasladadas a los hechos culturales, los hechos discursivos conquistan el acceso a tal destiempo, a ese sincopado acto de apreciación de las edades, los hitos, las cronologías, los hechos humanos, dentro de una perspectiva global. Por ello, cuando hablamos de la condición distemporánea, hablamos una dimensión en la cual es vigente un estudio profesional de 11930 y de 1999, con sus matices interpretativos, pero que dada la metafísica internética —no nada más visual o audiovisual, sino documental, numérica, etc.— los hechos culturales pueden ser apreciados en su condición de un transtiempo, un tiempo que atraviesa todo, en una obsesividad por la documentación, por el vestigio, por la huella, pero que dota de significado los hallazgos y las monumentalidades. En esa medida, lo distemporáneo incide como una fórmula cierta cuando es posible acceder a información, mayor o menormente legitimada, sobre todo el decurso de la humanidad en este presentismo metafísico internético. En esa medida, lo distemporáneo nos permite leer sobre la antigüedad grecorromana, escuchar un blues de los años cincuenta, ver la película Requiem por un sueño, comprar aditamentos para nuestro auto, todo una serie de estratos de tiempo y temporales que se empalman en el presente. De ahí entonces que la filosofía de las formas digitales —o electrodigitales— sea crucial para asumir que dentro de nuestro presente ensanchado y ampliado el acceso a cualquier edad de la humanidad es real, verdadero y cierto. En ese tenor, además de la poshistoria, estamos ante la posverdad, porque en el fondo podemos encontrar información que no sea fiable, ni verídica, ni comprobable, pero que nos impulsa a construir una idea, falaz a partir de las opiniones, de las doxas, sobre los hechos presentes, pasados y aun futuros. Porque en el fondo no perdemos nuestra condición humana, aunque hayamos perdido, paulatinamente, nuestra naturaleza, porque la final quedamos insertos en una retícula informativa e informática que nos satura, que nos sobre pasa, que no puede ser exhaustiva.
Distemporaneidad, hipótesis de hipótesis, alfabetocentrismo
El conferencismo focalizado, buscador de diálogo, constructor de una posible segmentación de la realidad hace construir un enfoque de diáspora o diaspórico cuando existe una desfocalización constructiva de híperrealidades. ¿Como queda funcionalizada la semántica estructural no inmanente al alfabetismo, los alfabetismos y las alfabeticidades? El eco de lo escrito conlleva a la realización infinita y polívoca de expresiones, territorios, conducción de sistemas de imágenes, representaciones y axiologías humanas. Los rincones focalizados plurivocalmente asumen distingos conductuales diaspóricos, multicentrados, desterritorializados, desdimensionados. Al momento de interpelar la voz del otro —testimonio, testigo, autor, maestro, hombre/mujer, lesbotransheteropansexual, huella, registro, documento, infraestructura, entre otros aspectos y dimensiones— es dable identificar redes y miríadas de sujetos, subjetividades, interpelaciones, procesos mentales y comunicativos, además alfabéticos, alfabetocentrados.
El problema de indentificación de las glocalidades posibles en su inifinitud y su expansión expresivo-comunicativa confiera a una relación genética (sujeto-estructura) un principio de no inmanencia. Esta no inminencia predestina un origen mágico-ritual del acto escrito, un conjuro y atributos computacionales, selectivos y simbólicos, instrumentales y oraculares, que sostuvieron el origen humano-cultural de la escritura. En nuestro presente distemporáneo habitamos una hipótesis de hipótesis al construir relatos referidos al tiempo y la trama, los personajes y caracteres, las ideologías y sus interpretaciones, las etnicidades, territorialidades y ubicaciones espacio-temporales, las tradiciones y sus expresiones diacrónicas y en todos sus posibles cortes sincrónicos. En esa sustitución de estilo asistimos a un tiempo de desmódas, desmodernidades, desilusiones, destiempos. El vórtice del destiempo es inmortal, infinito, proliferante y profuso.
Mi recorrido es falible por muchas razones, pero desde Corea, pasó a México, Italia, Francia, Alemania, hasta recurrir a España. Me intuyo lector no avesado ni profesional, pero lector al fin. en el entrecejo de lo distemporáneo soy una distemporaneidad más. Y hay distintos núcleos de distemporaneidad que convergen y crean macro islotes temporáneos. En lo temporáneo la multiplicidad de invidualidades distemporáneas convergen y crean, construyendo, un tiempo comprehensible, realizable y vivificable. La meta-hipótesis refiere, en ese sentido, a dos hechos concretos: las dimensiones propias de los juegos del lenguaje y la construcción argumentativa sostenida por lo plurivocal, en segundo lugar la multiplicidad y diversidad etnocultural globalizada que se sostiene en la dialéctica entre individualidad-subjetividad-colectividad y que fragua las dimensiones de la dislocación del tiempo, del destiempo. La hipótesis de hipótesis consiste en la capacidad de elaborar tramas argumentativas que puedan ir más allá de la unidad del tiempo moderno y su modernidad, para configurar le composición polihédrica, multidimensional y multifactorial de las híperrealidades. Así la unidad temporal asumida como integridad ontológica de la experiencia humana se convierte en una fractalidad multifacética que representa un símil humano de la relatividad del tiempo. Más allá de una simple relativista subjetivo, valor y axioma posmoderno, acudimos a una masificación atomizada de subjetividades reunidas y ubicadas en espectros de actos y colocaciones sociales de distintos matices. En esa medida, la temporaneidad unitaria sí representa el poshistoricismo, pero también muestra, en su condición distemporánea, la lógica que descompone, desestructura, desconfigura y desarticula las generalizaciones culturales como rasgos y características deducibles a partir de la centralidad alfabetocéntrica.
En ese tenor mi destemporaneidad se configura desde las formas metodológicas de los discursos escritos y sus especialidades internas y externas, sociocomunicativas, ideológicas, simbólicas, pragmáticas y de semantización y resemantización. Al centrarme en los actos escritos y la elaboración de un pensamiento alfabetocentrado, el decurso meta-hipotético me permite construir, en la descolocación distemporánea, el hecho plurilingüístico y multicultural de los alfabetismos y sus expresiones concretas. Estas condicionantes deconstructivas lo que hacen es situar lo diverso alfabético como ancla de comprensión que remite los fenómenos de la escritura en su valor literario, historiográfico, etnográfico, lingüístico, entre los más importantes.
Cinematocracia esa edad audiovisual y su tiranía
Nuevas modalidades de medios saturan el reto de lo viral: tik tok, facebook watch, you tube, etcétera. El microblogging audiovisual conmueve las formas más anquilosadas de la expresividad para dar paso a la renovación del live or let die, del vivir actualizado. En el fondo lo que impera es una inconsciencia de la historia de las tecnologías, por no decir el auge del cinamatocratismo más ramplón divulgado. Porque al final se trata del mito falsificado de una oralidad que da cuenta de expresiones que circundan la inventiva y retórica más pletórica. Es ese punto del poder del cinamatógrafo que cambia el fonema y el grafema por el fotograma. Pequeño problema cuando nos inclinamos por las versiones decoloniales, pues al final si no su logró la alfabetización lecto-escrita sí se puede lograr al audiovisual en sectores anteriormente desprovisto de canales, medios, modos y conductos expresivos. Pero en sí, esta cinematocracia, así en teoría, representa una longeva tradición occidental que se inca ante los desarrollos tecnológicos y que da pie a que otros sean los constructores de las versiones posibles de decir, identificar, plasmar. Esta cinematocracia, tan recurrente en pueblos indígenas, autores nóveles, exploradores originales de temas documentales, realizadores de ficción, autómatas de pantallas, no es otra cosa que una falsificación democratizante de lo decible. Cinematocracia cuyas profundas huellas simbólicas son circundadas por la tecnificación occidentalizante, por el anything goes posmoderno, por el acto testimonial de celulares, cámaras, viodegrabadoras, tejido exoepitelial que da cuenta de nuestro inmenso vacío. Y luego, la cinematocracia nos orilla a lo público, pues importa no nada más el registro de los hechos o su versión, sino el publicarlo, hacerlo visible, viralizarlo. La falsificación democratizante de la cinematocracia niega los requerimientos de un alfabetismo elemental, el del papel y la pluma, cuando obstruye los circuitos comunicativos que se basan en esa tecnología arcaíca, inútil y cuestionable, por colonial, de lo escrito. Pero en el devenir cronológico de las tecnologías la cinematocracia no representa más que una falsa modernidad o innovación, una falsa democratización de los medios y modos de expresión para que ciertos miembros de ciertas sociedades puedan comunicar ciertos mensajes. Al final se trata del simulacro de sujetos sociales subalternos, ninguneados, obstruidos, pluralizados en su ser no dicotómico. Se trata de la legitimación, occidentalmente posmodernista, de cualquier voz. Y no es, en defensa mío, la apología a ultranza de lo que sí debe ser escuchado de lo que no, de lo que sí debe tener cabida en la expresión frente a lo que no. Se trata, más bien, de asumir que esta cinematocracia potencia discurso, algunos de ellos cuestionables. Por ejemplo el pornográfico. ¿Qué es más accesible para un niño de 12 años que un sitio porno en internet? Pero en las lógicas del mercado de consumo cultural la cinematocracia ha permitido toda una serie de expresiones, en sintonía con la distemporaneidad o lo no contemporáneo, para abrir a un relativismo absoluto el espectro de lo expresivo. Si es válido, legítimo, valioso asumir un relativismo que soslaya cualquier tipo de expresión audiovisual, ¿por qué no sería válido cualquier tipo de escritura, incluso la que no sigue las normas ortográficas? Este ejemplo referiría a una dimensión del grafolecto, pero esa es una narración para mi alfabetocentrismo, hoy no necesario en este comentario. La cinematocracia, que también sostiene formas tradicionales, instituye una iconología e iconografía, una identidad y una forma de vida, una cultura, cuyos recursos son, necesariamente, los tecnificados occidentales. Si bien todo esto no deriva en una sana convivencia de algo, sí representa un intento por hacer observable que la cinematocracia es una edad tecnológica de las modernidades históricas posterior a la edad de la escritura.
Del hommo postinterneticus y la edad distemporánea
Las necesidades del alfabetismo digital, el uso de las TIC, las políticas de acceso abierto de la información, la creación de sitios web, las humanidades digitales, para mí tecnociencias humanas, implican un tipo de saberes y conocimientos. De inicio obviamente las interfases, las mediaciones e hipermediaciones, el acceso a la web, la necesidad de meta-datos, taxonomías cognitivas y un largo indexado. Asimismo requieren un cierto nivel de alfabetismo tradicional o lingüístico lectoescrito, pero también un conocimiento más o menos profundo y detallados de lenguajes computacionales. En ese marco el hommo postinterneticus representa un tipo humano inserto en la fibrosidad de estas prácticas. Fue precisamente la tecnocracia y el postmodernismo cultural que la ha acompañado la que hizo posible un relativismo exagerado. Ese relativismo es indisociable de la distemporaneidad, del destiempo. Aunque siga existiendo la contemporaneidad y formas discursivas hegemónicas y hegemonizantes, el hipersubjetivismo posmoderno planteó las bases del final de los grandes proyectos. Junto a estas formas dominantes y hegemónicas coexisten elaboraciones alternas que recurren a medios anteriormente exclusivos de la hegemonía. Así, aunque falsa, la realización de un multiculturalismo globalizado incluye, ya para nuestro presente, las diferencias generacionales de quienes, nacidos en los primeros dosmiles, han nacido, crecido, sido educados y construidos mediante el alfabetismo digital. Tipológicamente, entonces, este teorema del hommo postinterneticus representa a un hombre pasado por internet. También habría una femina postinternetica con una construcción cultural, ideológica, actitudinal y factual de muy amplia variación respecto a su contraparte masculina. Esta tipología sexuada, teorética y genérica, se expresa con base en las inabarcables formas de ser y de estar, de actuar y construir, en el mundo el mundo y sus entornos por ambas formas de ser después de internet.
Se trata de un ser hombre/mujer teoréticamente, que pasa, ha pasado o pasará por internet. Un teorema que implica asumir igualmente la ruptura teleológica de la modernidad por los filosofemas posmodernos, pero también el híper relativismo subjetivo posmodernista, como un especulació, un fantasma, un espejismo de virtualidades. Justamente el posmodernismo en sus anclas críticas permite la no superación de la modernidad sino su ocultamiento en forma de conservadurismos, tradicionalismos, herencias culturales, éticas, morales y axiomáticas, que conviven con las formas más innovadas. Lo que se rompe, en sí, es la apariencia de un ascenso lineal, progresivo, ascendente, de los actos, la cultura y las instituciones. Pero si la contemporaneidad da la idea de una aprehensión sincrónica, la distemporaneidad lo que hace es desdibujar esa unidad sincrónica para enfrentarnos al destiempo de las cosas. En sí, la cultura postinternética de este teorético hommo y femina se ancla en roles subjetivos virales, tendenciosos, etiquetados, que dan forma a un anonimato fabricado en una lógica de modas pasajeras y un simbolismo combinatorio, disgráfico, disléxico, disforme, distemporáneo.
Se habla de la deconstrucción aunque en ella siga permaneciendo la contemporaneidad como una mitología que funda las posibilidades de arquelogizar el lenguaje, la cultura, las ideas, el pensamiento, como volver a un origen y modificar sus secuencias. Pero en el sentido distemporáneo el sujeto es y deja de ser, permanece y cambia, oscila entre innovaciones y conservaciones. De ahí, entonces, que en esta metafísica internética, en la ontología internética, en la antropología y filosofía internética, pasar por internet legitima, valora, aquilata, construye, las dimensiones nucleares de las identidades. Porque otra falacia posmoderna es el pluralismo como simple artilugio en aras de un multiculturalismo que busca desindividualizar lo hegemónico para plurarlizar e individualizar lo alterno. No es que no crea en la pluralidad, pero no es un simple cambio de número, de lo singular a lo plural, lo que marca las formas de las diversidad y lo diverso. Porque en esa diversidad y diversidades existen islotes hegemonizantes y hegemónicos que buscan destacar lo alterno, mientras que las alternativas representan por sí mismas una crítica a los modelos de hegemonías. Sin embargo, esta metafísica internética, esta ontología internética, esta cultura internética, en su inabarcabilidad y su constante reflujo, asemeja a lo distemporáneo que hace legítimo lo diferente porque no busca aglutinarlo sincrónicamente en un co-tiempo, sino que lo distingue en un destiempo. Este destiempo no sería posible sin la metafísica internética.
Ahuyentar a los lectores: densidad de mi prosa y autohistoria inmediata
La versión testimonial que dejo plasmada en esta bitácora tiene rasgos presentes que no son más que motivos de huída de los lectores. Pero mi postura de polígrafo, no siempre muy bien vista, se define por mi escritura académica y mis traumáticos acercamientos a las humanidades, por una parte, y mi perfil creativo libre, no institucionalizado. Por eso aquello de ser este sitio un lugar de literatura mexicana no oficial, porque no me he instituido como creador: no he participado de talleres o grupos de trabajo de escritura, no he estudiado institucionalmente en universidad, fundación, escuela o sociedad para escribir. Pago, eso sí, el precio, pero no me acompaso a un ser ridículo entre las formas de mi escritura. Más esperpéntico aquí, por ejemplo respecto a los escritos y ensayos académicos, mi holgura creativa, mi ser poeta o creador, me invita igualmente a construir una prosa densa, heredera de la antropología simbólico de Clifford Geertz y su descripción densa, pero también de la filosofía de las formas simbólicas de Cassirer, junto a toda una deformación auto inducida en el estructuralismo de Leví-Strauss, Todorov, un poco de Barthes, Greimas, sin mucha filiación con Saussure pero sí comprendiendo y asumiendo esa lógica del lenguaje, la lengua y el habla. Junto a esta composición de mis precedentes no puede faltar tampoco un tímido acercamiento a la obra de Wilhel Dilthey, omitiendo hasta el momento a Heidegger y a Gadamer, aunque en tratos lectores con Ricœur. Por si eso no fuera suficiente soy historiador, aunque en el gremio es probable pase por uno malo siempre que hago análisis literario, pero en esa medida mi prosa densa recurre a un arsenal de lecturas y autores, de tiempos y espacios, deambulando entre el lugar común y el lugar no recurrido, entre centros y márgenes.
Escribo versos, poemas, ya sin pretender que haga poesía. He dejado por ahora la narrativa, no me vendría mal retomarla. Mis ensayos en este sitio (con temas tan rimbombantes como pornonarcotecnodemocracia, alfabetocentrismo, distemporaneidad, entre otros) no son más que mis formas ideologizadas que promueven ejercicios de escritura, reflexión y comentario de observaciones muy personales que no puedo desarrollar mas por estar involucrado en un proceso de posgrado que si bien me va concluirá este 2022. Entre tanto también he desarrollado un cierto tipo de construcción de poesía arte digital con mis irreverencias poéticas y toda una serie de imágenes en collage que he desarrollado. Esta versión ahora retomada para amenizar mis facetas públicas también es demasiado excéntrica y poco asertiva. Pero para mí se trata de crear y construir con las palabras, aunque tal parece que únicamente entiendo lo que escribo yo. Por eso ahuyento a los lectores, por estas tradiciones intelectuales que poseo y que me dotan de un perfil neobarroco. No sé cómo pude estudiar el neoclasicismo cuando me enfrasco en esas complejidades divagantes aunque críticas. Al final, no dejaré mi sitio web ni mi espacio de parlamentarismo cultural, mi sitio en la metafísica web, mi ser hommointerneticus en esta edad de digitalidades.
Habrá, eso sí, quien venga, aunque para como veo las cosas, serán pocos, reducidos, escuetos públicos los que atraiga.
Distemporaneidad
Distopía discronía
desitio destiempo
deslugar distemporaneidad
Experienciabilidad distemporánea: todos los cotiempos los destiempos
Los hechos infinitos en los que se puede descomponer el cotiempo no son abarcables más que como particularidades singulares cuando son observados en relación a dicho cotiempo, aunque no de forma dependiente a él. Las versiones de observación estructuralistas permitieron mostrar un entramado referencial y relacional binario y opositivo. En otra construcción epistemológica el historicismo y la hermenéutica construyeron urdimbres interpretativas diacrónicas, más que sincrónicas. En otro sentido, el formalismo ruso se interesó más por la obra que por el psicologismo del autor. La estructura verbal, en ese sentido, fue prioritaria. Esto atañe a concepciones del tiempo. El tiempo sincrónico o cotiempo ya existía como cotiempo o como lo contemporáneo, marcado desde 1789. Pero ¿acaso no es una tiranía el tiempo cotemporal?
La experienciabilidad distemporánea estriba en los factores subjetivos exacerbados en cúmulos inabarcables que hacen posible, en un estado sincrónico totalizante dado por la metafísica internética, la convivencia de infinitas formas expresivas. La idea de lo distemporáneo enunciada así no resulta algo novedosa sino más bien revela la multiplicidad cultural de las concepciones del tiempo en las culturas, históricamente establecidas al dominio cronológico occidental. En ese sentido, lo distemporáneo ha existido históricamente desde la presencia de las variedades culturales y sus contactos, aunque la idea del cotiempo, marcada por el civilizado mundo europeo, diluya la versatilidad de los tiempos. Otro factor de construcción temporal, distintivo y normalizador, ha sido el constructo de nación, como elemento prioritario para definir lo contemporáneo. Pero lo distemporáneo precisamente estriba en esa versatilidad del tiempo no hegemónico, no oficializado, no aglutinante, sino más bien heterogéneo, diverso y excluyente.
De ese modo, la experiencia distemporánea estriba, desde nuestro presente mediatizado por la experiencia web, por las posibilidades de acceso a formas culturales de épocas tan disímiles como libros o textos de la edad media, música de la época clásica, pintura flamenca, cine experimental checo, expresiones étnicas en todas sus variantes, registros sonoros, video clips musicales de distintas épocas, entre un sin número de expresiones. Pero esta versatilidad de tiempos insertos en un cotiempo son inabarcables. En ese sentido una fenomenología de las formas de los tiempos darían forma a las unidades de la distemporaneidad aunque en sí la experienciabilidad distemporánea representa una sensibilidad contraria a la generalización normativa de los tiempos oficiales, patrimoniales, genealógicos y políticamente legítimos según calendarios instituidos.
Un ejemplo de experiencia distemporánea en el pasado histórico queda claro con la llegada europea a las tierras americanas y el choque civilizatorio entre los indoamericanos y los europeos, que ya se había expresado en el choque de éstos con los grupos africanos en el siglo XV. Se trató del choque de formas de tiempo distintas, intraducibles, incompatibles, no negociables, incomprensibles entre sí. De ese modo, bajo el lema de que la historia la cuentan los vencedores, las formas distemporáneas se han mantenido soterradas, subterráneas y ocultas en el decurso histórico, aunque hay ejemplos en los cuales tales formas distemporáneas consiguen institucionalizarse y se convierten en normativas temporales de nuevos cotiempos. Al final, mi reflexión busca mostrar una relatividad temporal-cultural no siempre asumida ni observada, la cual define cómo podríamos experimentar lo distemporáneo, en tanto crítica de lo contemporáneo, primero, como normativa del tiempo último presente, pero también como descomposición alterna de esa mitología de un cotiempo que nos abarca, cuando parece más bien que esa noción de lo contemporáneo resulta una muletilla fácil, hegemónica y legitimadora, que no ve más allá de sí misma, y que necesariamente, según los hechos humanos, debe teorizarse en sentidos distintos a los establecidos hasta ahora. Al menos, asumiendo que nuestra era es distinta y debe plantear distintos problemas, conceptos y realidades, donde cabe preguntarse si lo contemporáneo, válido aún, no comienza a ser anacrónico o si no debería intuirse otra forma de nombrar la experiencia del tiempo presente.
Distemporaneidad y deshistoricidades
La forma browniana que Lyotard recuperó para describir la lógica de los juegos en el horizonte postmodernista representó un primer punto de aislamiento sin reconocimientos genealógicos lineales. Eran las bases de datos las nuevas enciclopedias postmodernas al finalizar la década del setenta. Hoy la utópica realización de formas de archipiélagos informativos demarcan las dimensiones de los destiempos. Ya la postmodernidad señalaba un modelo de ruptura y discontinuidad opuesto a la linealidad del Estado-nación, los metarrelatos fundacionales y totalitarios además de marcar un pluralismo, aunque parecía dejar en claro, aún, la distinción entre geistwissenchaften y naturewissenchaften. Sin duda, la impronta tecnocultural ya existía en tanto discurso ontológico y cognitivo en el programa seguido por Lyotard, hoy simplemente omnipresente.
En consonancia, Derrida empleó un modelo de descomposición, una deconstrucción con base en formas de ser lingüísticas, inclinándose por una desestructuración, un análisis de lo no construido, lo no escrito, lo no dicho, la differánce en lo archiescriturario. Eso con el prefijo -des del latín -de, ex, dis junto a -e en ocasiones, que nos remite a una negación. Lo no construido, lo no escrito, lo no dicho, ¿nos lleva a la desdiferencia? Lo cierto en una modalidad epistémica dudosa es que ya desde el estructuralismo primero hay un rechazo al estudio diacrónico, al menos sugerido. La historicidad social, entonces, pasa por la microtemporalidad lingüística, la cual cambia de idioma a idioma, de texto a texto, de tiempo en tiempo ¿cuál es el tiempo del fonema y cómo cambia?. Pero un muy escaso conocimiento de Derrida no me permite proseguir reflexionando.
La distemporaneidad en sus distemporaneidades es plural en su ontogénesis, como un ser cuya univocidad es imposible. Junto a lo detemporal lo destructural me arroja a la deshistoricidad, lo deshistórico. El pluralismo se extiende per se, lo descriptivo sólamente lo compone. En su análisis deshistórico hay que preguntarse por lo más mínimo en una evaluación de conjunto no estable. Las bases empíricas deshistóricas son los desrrelacionamientos que evidencian las relaciones. Deshistorizar es también interpretar. Particularmente con las mitologías de las contemporaneidades. El movimiento browniano de Lyotard representa lo que algunos conocen como feudos intelectuales, académicos, creativos, culturales, estéticos, es decir una coexistencia en divergencia sincrónica. Es en este sentido que lo deshistórico importa. La idea del cotiempo implica una entidad ontológica temporal que aglutine formas colectivas quienes responden a ese cotiempo. El tipico ejemplo es el tiempo nacional. Pero, junto a un cotiempo como este, existen otras formas de cotiempos, por ejemplo a partir de la diferencia biológica de género, que nos indica el cotiempo femenino; el cotiempo de las infancias y las adulteces plenas; el cotiempo territorial, como el de la América española, Abya Yala, Iberoamérica o la Angloamérica, entre otras; el cotiempo de los saberes y conocimientos; el cotiempo precolombino o el cotiempo san agustino, el cotiempo jesuita, entre un sin fin de cotiempos. Cotiempos como campos de fuerza con una semántica propia en acumulación internética. Cotiempos que describen rutas de preferencias temáticas, culturales, estilísticas. Todos los cotiempos el cotiempo.
La mitología contemporánea adopta ahora versiones micro temporales como las del sujeto y sus interacciones, los colectivos sociales y sus discursos, las formas rituales y sociales en contextos definidos, el empleo de análisis de redes, entre otras formas en las cuales el cotiempo significa algo. Una contemporaneidad que se extiende infinita al presente y que abarca un periodo del tiempo reciente. Contemporaneidad que no distingue en su generalidad teorética otras contemporaneidades. Un dúctil reflejo que desde lo distemporáneo se convierte en una posibilidad entre infinitas otras. Lo distemporáneo no niega lo contemporáneo, lo problematiza. En ese sentido es un cuestionamiento de las clasificaciones temporales en vías de observar mucho más precisamente la diversidad de tiempos. Pero es lo natural, no contemporaneidad-distemporaneidad. En cambio, lo deshistórico, como proceso de deconstrucción, implica deshistorizar, designificar, desimbolizar, o sea, vaciar de contenido el tiempo.
Desdecir, autocriticar y renombrar los destiempos
En el vértigo del presente global y sus metafísicas informáticas no hay formas en las cuales parezca tolerarse equivocarse. De ahí también lo express y expedito de esta mercantilización ad nausea de lo humano. La propia idea de los destiempos o el destiempo, depende si particular o si universal, remite a una forma de cronología de desfase donde lo singular y lo plural conviven. Destiempo siempre mediado por la metafísica internética, que tampoco es y ha sido ubicua como hecho cultural naturalizado hoy, además de que esta intermediación, hoy definitiva para el hacer humano, representa un aglomerado multicultural, políglota, transescritural y multimodal con procesos desarrollistas en distintas direcciones. Una metafísica que nos da la apariencia de accesibilidad pero que es restrictiva, por no hablar de la metafísica del metaverso, tema de otra designación.
La implicación del destiempo y los destiempos es dislocar las cronologías hegemónicas, eso sí, en la búsqueda de una teleología multifocalizada, de una filosofía de la historia multitemporal, de una antropologización temporal en cuanto a las diversas experiencias de los tiempos. Esta estructuración y destructuración de lo temporal puede comprenderse desde una apreciación que va más allá del productivismo. Y en ese nivel el destiempo es equívoco, sí, pero también es oportunidad. Es, entonces, un descomponer, un desmenuzar, un deshebrar, un desmitificar, un desmisitificar también, la experiencia cronotópica. Deslogizismo, desdicho, el destiempo y los destiempos entraman y componen formas mediante las cuales se dan cruces sociales, relacionales, de formas de intercambios en distintos niveles. Así, entonces, el destiempo es un desdecir de la realidad en la reflexión consciente de formas de aprehensión de los actos cósmicos traducidos en actos humanos.
En un proceso cultural deconstructivo el destiempo camina hacia lo desestructural, lo descompuesto, lo desarmónico y lo desdicho. Desdecir como estrategia de desnombrar y designificar lo cognoscible. Es el acto de desarticular y someter a cuestionamiento las formas lingüísticas. Desdecir más que renombrar como un sentido propio de desconocer. La destemporalidad representa una simbólica de lo desdicho, lo desnombrado, el acto de vaciar de significado o verter en las palabras un horizonte de enunciación desenunciante, o sea, de silencio. Un silencio hermenéutico y productivo, un silencio lector, escucha y atento para en el acto del desnombrar ver una desubicación de lo conocido. Ese silencio es el desconocimiento. Desfase semántico en las anclas de los nombres, el desdecir es desmaterializar los significados connotativos de los nombres y mostrar una actitud denotativa de los referentes. Es, en mi lógica de desobjetivación del materialismo histórico, un hípersubjetivismo. El desdecir respecto algo es porque tenemos un entendimiento y comprensión de lo dicho sobre eso. Desdecir como acto de retroceso y avance en el proceso de la significación, jamás absoluta, aunque alcanzable teoréticamente, sino concreta, aunque inconmensurable en su hipersubjetivismo.
En cambio, se necesita de la estrategia de la autocrítica, en su modo de unidad, crítica a la unidad, semánticamente al contenido, su representación, expresión y formas derivadas, junto a su crítica autoreferencial, subjetivante. El sujeto sostiene o podría sostener una dimensión unitaria, individual, pero al mismo tiempo una dimensión autoreferencial en un modo centrífugo. Las condiciones del sujeto unitario son cohesionantes mientras que las de la crítica autorreferencial son diaspóricas. No hay aprehensión de la totalidad diaspórica de eventos, circuntancias, modalidades expresivas, rutas eidéticas, entre tantos elementos componentes de la experiencia inserta en articulación concreta del sujeto. En sí, por ello, la autocrítica no remite a una mero ejercicio correctivo, impostado por una visión autodesarrollista, autocorrectiva y autoemprendedora. La diaspórica experienciabialidad humana recurre a segmentaciones técnicas, eidéticas, pragmáticas, operativas, entre otras formas para implementar entornos mayormente saludables, menos inhóspitos, más gentiles y también, exponencialmente creativos. El sujeto unitario y diaspórico no representan necesariamente una individuación, aunque sí, en cambio una desestructura. Por lo tanto, la autocrítica parte no exclusivamente de una autoconsciencia o una simple autorreferencialidad, sino de un constante intercambio, en ocasiones sesgado, en ocasiones objetivizado, en ocasiones subjetivado, en ocasiones, desrrelacionado, en ocasiones vinculado, en ocasiones, operante o inoperante. La autocrítica necesita para existir una precrítica una real crítica. El camino de lo precrítica puede ser corto o largo, estrecho o amplio, simple o complejo, aunque lo que verdaderamente da sustento a su comprensión es la crítica misma. La crítica no es un mero ejercicio receptáculo ni objetivo. Cabe aclarar. Es una dimensión actitudinal que requiere de la construcción de un criterio para trabajarla. No es definitiva ni atemporal ni ahistórica ni asocial.
¿Que renombre decimos al distemporaneizar el presente? La existencia misma de multitudes de tiempos. La experiencia cronotópica como femonenológica y la antifemomenología del tiempo, rutas sugeridas. Una reteleologización. Las agendas, lo agendado, lo agencial vale per se y en conjunto. ¿Qué es renombrar? Decir por ejemplo que un destiempo primigenio es el de machos y hembras, como una cronotopía biologizante, de la cual derivar, con fin antropológico, un estudio de la biocultural distemporánea de mujeres y hombres. Distemporaneidad por ejemplo, otra, la del societismo postindustrial y la de la societismo agroecológico, por no hablar del societismo feminista y del societismo rural. Formas de distemporaneidades vigentes, presentes y diaspóricas de la experiencia cronotópica.