Ejércitos de mujeres, hombres, transexuales, lesbianas, infancias y senectudes componen los instrumentos veraces de un fenómeno cultural inenarrable: la infrahumanidad necropatista. Como lo dijo ya tiempo atrás Erasmo de Rotterdam, los caballos nacen, los hombres se hacen.
La simbolización y praxis necropática parte de una dialéctica negativa, es decir, dictatorial, fanática, idolátrica y egotizante. El culto exacerbado a la personalidad responde así a las improntas subjetivistas de la cosmovisión postmodernista, en principio, pero también a una vinculación tetrafásica. Al final, lo real en su diversidad se ha descompuesto en un cultivo contundente de la mitofagia, un recurso infinito ad nausea de la ficcionalización, la fantasía y el exceso imaginativo.
Ya no es la imago mundi la imperante sino la ego imago la que instaura e impone las coordenadas dentro de una techné maieutike monologante. Estos ejércitos subhumanos se encuentran movilizados por algo más que la tipificada por Freud pulsión de muerte, son necrópatas, en la medida en la que se encuentran fundidamente enfermos en la autodestrucción, incluso basada en una autopoiesis volcada en proyecciones hacia la otredad. Una maquinaria asombrosa, una idola maquina vigente por todas las formas y partes posibles, anula la existencia.
La neurotización psicotizante sexual
El sexo es un don y un regalo de la naturaleza. Sus restricciones morales o éticas, en cambio, representan las formas más alambicadas y prescriptivas del espíritu cultural humano. Podría parecer a simple vista comprensible los elementos neurotizantes y psicotizantes de los comportamientos sexuales hoy en día. Pero en este rubro me refiero al culto al sexo pornográfico, sea masculino, femenino, lesbiánico, transexual. Un culto basado en ejércitos sexuales, pandillas interétnicas, intergenéricas, vaciadas en el desecho de la sacralidad sexual y en constante proceso de vaciación. Un vaciado aséptico, intermadiado por pantallas.
Un culto a la seducción, el erotismo y el sexualismo, avasallante. Culto a la impulsividad eyaculatoria y orgásmica, mediadas ya no por componentes literarios, estéticos o culturales, sino por una mera animalidad hedónica. La pornonecropatía, entonces, consiste en ese refluir distante de contemplación, admiración e idolatría de simbolos sexuales, de prácticas donde no interesa la humanidad, sino el placer. Un placer efímero, quebrado, que rompe toda armonía para desembocar en… el vacío.
Una neurotización sexual en la medida en la que satura y abigarra pensamientos, ideas, actos al desbordamiento sexodérmico. Psicotización en el sentido de una ruptura absoluta de la personalidad por el desenfreno sexualizador. Una sexydelia, exposición ad nausea de los estímulos sexuales, un sensualismo que destruye, como dije, la sacralidad sexual. No ya en aras de un placer sexual si quiera sano, bondadoso y benevolente, sino como la fetichización sexual de la conducta.

La narcotización eficaz de la vida para la inconsciente adoración de la muerte
La psicodelia nos hereda componentes culturales y sociales de raigambre vital y mortal. La apertura hacia el consumo de substancias pareció abrir el camino a nuevas formas espirituales, que en cambio lograron, mediante la sociedad postindustrial, abrir el camino de la sintetización química (farmacológica o no) para la prosecución de la clandestinidad narcótica.
De esa forma, ejércitos de hombres y mujeres, ora como mafias, ora como científicos químicos, ora como meros comerciantes desechables, ora como simples consumidores, habitan la región de los sueños, en múltiples ocasiones monstruosos, en otras meros paraísos artificiales como nos legó Baudelaire. Ejércitos rotundos, abigarrados, procesalmente anclados en el narcotismo, en la narconecropatia, es decir, un rotundo proceso negativo, un proceso de degradación, de infrahumanización, de inutilidad o subutilidad humana.
El abanico narcótico abre así las dimensiones veraces de esa insoportable levedad del ser, de esa necesidad ad absurdum del placer intoxicante. Otra variable hedonista, porque la narconecropatía condensa y enjuta todas las fuerzas vitales orgánicas para instaurar un régimen de muerte… de vacío. No importa algo distinto aquí que el YOU ONLY LIVE ONCE como justificación irrefrenable de vivir el momento. Un ficcionalización irracional intra psíquica y extra social de derrumbe, fetichización del alma, individual y colectiva, como un remache negativo para ser, sentir, pensar y actuar.
Negación del dolor por el dolor placentero, negación de la moral y la ética por una conducta evasiva, negación del sistema por una asimilación a las trampas sistémicas postindustriales, negación de la vida por la impulsividad mortuoria: psicosis, demencia, esquizofrenia, catatonia, paranoia, incluso colapso orgánico por sobredosis.

Tecnología que conecta pero desconecta
La revolución industrial tecnológico-informática puesta en nuestro escenario representa una tecnonecropatía en tanto intermediación conectiva y desconectora al mismo tiempo. Si bien la función de los dispositivos informáticos nos ha acortado las distancias, también ha abierto una brecha en la presencia. Cuando el uso y abuso de la Inteligencia Artificial parece abrirnos a escenarios de realización ficcional científica, lo más cruel resulta en que la inteligencia humana se simplifica al grado de anularse.
La multilocalización sincrónica a través de la web, en nuestros momentos postinternéticos en función de la infraestructura internética ya hito irrevocable de la humanidad salvo una catástrofe energética, hacen viable un multipresentismo, sí, en detrimento de la presencia material y física. Los niveles informáticos y de dispositivos virtuales crean identidades, taxonomías, segmentos poblacionales, preferencias y todas las veces algoritmos electrodigitales.
Así, parece significar un elemento acumulativo lo que en el fondo no es más que aspecto de disociación egótica, cuántas identidades y personalides puede tener una misma pesona física en el mundo electrodigital. Por ello, no como diatriba antivirtualista, la enajenación producida como desubjetivación y objetivación egótica parte de la herramienta que convierte al usuario en su objeto. El instrumento se ha subjetivado y el sujeto cosificado.

Necropatía consciente e inconsciente
La necropatía representa una evasión y negación consciente o inconsciente de la salud, el bienestar, el trabajo como esfuerzo útil, la bondad, el bien común, la armonía, el amor y la dignidad, condensación primera y teleología final del humanismo civil. A diferencia de la necrofiia, de orden práctico y trastornado en cuanto a los vínculos y prácticas sexuales, la necropatía incide en el tejido social global bajo el dispositivo de desusbjetivación y objetivación humanas.
Junto a esto, la fuerte desobjetivación material conduce a un proceso de subjetivación de los objetos. No en un sentido animista o deista, sino en cuanto a su valor de cambio, cuando su valor de uso ha transmutado al reificarse en sí mismo para dar sustento a la fábula del inmediatismo. Tal como un click en redes sociales, la lógica se traduce en una acumulación ad infinitae possibilitas pero cuyo fin algorítmico, en la insaciable idola maquina ostenta el rango de su finitud.
Es decir que los conglomerados sociodemográficos ya no ubican una identificación salvo por una virtualidad, la más de las veces inverificable, no directamente asociada al principio de toda inmediatez, el presente espacio-temporal local, sino en función de una distemporáneidad multifocal y multilocal. En esa medida, la necropatía representa igualmente el abuso de las funciones sociales de la memoria, cuando en apariencia el tiempo histórico, posthistorizado, para oscilar de una diacronía imposible de proseguir a una sincronía femenológicamente inabarcable en sus vertientes culturales.
Este engranaje y dispositivo, justificado en función del conocimiento de los antecedentes tradicionales en cualquier campo humano, implica tanto el principio de autoridad como el principio de ignorancia, mas no necesariamente el de innovación. La lógica de las vanguardias artísticas continua vigente en cuanto la apropiación generacional de los logros y hazañas de las generaciones precedentes en el campo humano del que se trate, pero claramente establecido en cuanto a los niveles de legitimidad social.
Este dispositivo de pasión por la muerte no se restringe a la adoración de lo que nos advierte Spinetta, que todo pasado fue mejor, sino principalmente nos coloca en función de algo muchas veces efectuado de forma inconsciente. Matar, morir, desaparecer. La subhumanidad se ha tornado en un objeto desechable, su vida no importa, importa su capacidad productiva con fines de consumo. Ese consumo desborda la vida, en cualquira de sus formas, hasta convertirse en un autoconsumo de extinción.
Ejemplos absurdos
Si el fumador debería dejar de fumar por salud propia el conductor de autotransportes debería dejar de conducir por salud de la capa de ozono. Ambas enunciaciones parecen absurdas en función de la escala con la que se mire, pero también, agregando otra, respecto al que consume carne debe dejar de consumir carne o el que no se vacuna debe vacunarse.
La lógica necropática no necesita más que desempeñar su función parasitaria y patológica, transformando la cultura humana en necrogonía. Esta instancia socialmente construida no representa una excepión dionisiáca de cualquier sistema apolínea, ni mucho menos algo no acreditable en formas religiosas, sino que instaura en el hacer, decir, pensar, sentir, conocer y creer humanos la fascinación ficcional del instante de placer por encima de la condena del dolor.
Pero en tanto evasión y negación, la necropatía únicamente se autoafirma y autovalida, a manera del cáncer en el organismo viviente, pero en todos los aspectos de la cultura y la vidas humanas del siglo XXI.

Desepistemologización negativa y positiva
Dos formas desepistemologizantes reductibles son viables como cierre aquí. La primera, la desepistemologización negativa, en tanto pérdida de los saberes y conocimientos de generaciones previas, lo que rompe el circuito de reproducción social del conocimiento, la cultura y el patrimonio cultural humano. La segunda, la desepistemologización positiva como abandono trascendente de los saberes y conocimientos de las generaciones previas a partir de su apropiación e innovación significativa.
El más claro ejemplo del primer caso se encuentra en los duros y verídicos procesos de subalfabetización o analfabetización, junto a la ilusoria creencia de la no escolaridad o en sí de todo el proceso de desinstitucionalización educativa posibilitada por los múltiples recursos (gratuitos y de pago) en la World Wide Web con esos fines. Pero más aguda es la desalfabetización en función del presentismo en pantallas que hacen ilusorio el aprendizaje con el mero uso exclusivo de los pulgares. El simulacro electrodigital virtual deja en claro la aparente trascendencia de mecanismos también virtuales pero de otras edades tecnológicas.
Leer y escribir representan en sí un acto virtual, hoy dirigido con privilegio a formas comunicativas orales u oralizantes, no así a la comprensión, interpretación y conocimiento de la realidad fáctica inmediata o mediata. Esto ahonda en cuanto a lo inabacarble consciente global, sí, pero también a la deficiencia cultural no en cuanto a las jerarquías evalautivas de la alta cultura, sino en función de una subculturación dispersiva y desintegradora en el interior psíquico y en el exterior social.




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